Caballo de Troya
J. J. Benítez
anteriormente, esta argucia iba siempre acompañada de un sobreprecio que resultaba tan
deshonesto como ruinoso para las familias más humildes.
Para colmo, el «impuesto» o tributo que cada hebreo debía satisfacer al templo había sido
fijado en una moneda común: el siclo (una pieza del tamaño de diez centavos, pero de un
grosor doble). Un mes antes de la Pascua, los «cambistas» oficiales instalaban sus mesas en las
diferentes ciudades de Palestina, suministrando así a los peregrinos el dinero necesario para tal
menester. Ni que decir tiene que, en cada operación, estos «banqueros» se quedaban con una
comisión, que oscilaba entre un cinco y un quince por ciento del valor de lo cambiado. Si la
moneda objeto del cambio era más alta, estos usureros podían quedarse con una comisión
doble. Finalmente, cuando la fiesta era ya inminente, los «cambistas» se dirigían a Jerusalén,
estableciendo su «cuartel general» en la mencionada explanada de los Gentiles.
Este negocio venía reportando grandes beneficios a los verdaderos propietarios del ganado,
de las mesas de cambio y de la multitud de ingredientes y enseres que debían ser utilizados en
el sacrificio pascual. Esos «propietarios», como dije, no eran otros que los sacerdotes y, muy
especialmente, los hijos de Anás.
Jesús conocía esta situación y también el resto del pueblo. Pero el poder y la tiranía de estos
individuos era tal que nadie osaba levantar 7Rf