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Caballo de Troya J. J. Benítez pasar y dada la antigua profesión y la nacionalidad del mayor, sus misivas siguieron siempre este conducto confidencial. Ni siquiera Raquel, mi mujer, supo de la existencia de este nuevo amigo ni de mis sucesivos contactos con él. Por otra parte, y aunque las cartas del mayor hubieran caldo en manos de los servicios de Inteligencia, dudo mucho que el contenido de las mismas pudiera llamarle