Caballo de Troya
J. J. Benítez
-¿Puedo preguntarle por qué vive solo y retirado?
Antes de que respondiera traté de acorralarlo con una segunda cuestión:
-¿Tiene algo que ver con esa información que usted conoce?
-A eso puedo responderle con un rotundo sí.
El silencio cayó de nuevo entre nosotros.
-¿Y qué desea que haga?
El mayor extrajo de uno de los bolsillos de su guayabera una pequeña y descolorida libreta
azul. Escribió unas palabras y me extendió la hoja de papel. Se trataba de un apartado de
correos en la ciudad de Chichén Itzá, en el mencionado estado del Yucatán.
-Quiero que sigamos en contacto -respondió señalándome la dirección-. ¿Puede escribirme a
ese apartado?
-Naturalmente, pero...
El hombre pareció adivinar mis pensamientos y repuso con una firmeza que no dejaba lugar
a dudas:
-Es preciso que ponga a prueba su sinceridad. Le suplico que no se moleste. Sólo quiero
estar seguro. Aunque ahora no lo comprenda, yo sé que mis días están contados. Y tengo prisa
por encontrar a la persona que deberá difundir esa información...
Aquella confesión me dejó perplejo.
-¿Está usted diciéndome que sabe que va a morir?
El mayor bajó los ojos. Y yo maldije mi falta de tacto.
-Perdone...
-No se disculpe -prosiguió el oficial, volviendo a su tono jovial-. Morir no es bueno ni malo. Si
se lo he insinuado ha sido para que usted sepa que ese momento está próximo y que, en
consecuencia, no está usted ante un bromista o un loco.
-¿Cómo sabré si usted ha decidido o no que yo soy la persona adecuada?
-Aunque espero que volvamos a vernos en breve, no se preocupe. Sencillamente, lo sabrá.
-No puedo disimularlo más. Usted sabe que yo investigo el fenómeno ovni...
-Lo sé.
-¿Puede aclararme al menos si esa información tiene algo que ver con estas astronaves?
-Lo único que puedo decirle es que no.
Aquello terminó por desconcertarme.
Dos horas más tarde, con el espíritu encogido por las dudas, despegaba de Villahermosa
rumbo a la ciudad de México. Yo no podía imaginar entonces lo que me deparaba el destino.
YUCATÁN
A mi regreso a España, y por espacio de varios meses, el mayor y yo cruzamos una serie de
cartas. Por aquellas fechas, mis actividades en la investigación ovni habían alcanzado ya un
volumen y una penetración lo suficientemente destacados como para tentar a los diversos
servicios de Inteligencia que actúan en mi país. Era entonces consciente -y lo soy también
ahora- de que mi teléfono se hallaba intervenido y de que en muy contadas ocasiones, dada la
naturaleza de algunas de esas indagaciones, los sutiles agentes de estos departamentos (civiles
y militares) de Información, habían seguido muy de cerca mis correrías y entrevistas. Lo que
nunca supieron estos sabuesos -eso espero al menos- es que, en previsión de que mi
correspondencia pudiera ser interceptada, yo había alquilado un determinado apartado de
correos, aprovechando para ello la complicidad de un buen amigo, que figuró siempre como
legitimo usuario de dicho apartado postal. Esta argucia me ha permitido desviar del canal
«oficial» aquellas cartas, documentos e informaciones en general que deseaba aislar de la
malsana curiosidad de los mencionados agentes secretos. Naturalmente, por lo que pudiera
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