una hora de búsqueda esté-ril y ociosa, los dos compañeros se detuvieron. Su zozo-bra iba
en aumento.
Necesariamente debe de haber concluido todo dijo Maston, desalentado . Un hombre
como Barbica-ne no se vale de astucias contra su enemigo, ni le tiende lazos, ni procura
desorientarle. ¡Es demasiado franco, demasiado valiente! ¡Ha acometido, pues, el peligro
de frente, y sin duda tan lejos del leñador que éste no ha oído la detonación del arma!
Pero ¡y nosotros! ¡Nosotros! respondió Michel Ardan . En el tiempo que ha
transcurrido desde que en-tramos en el bosque, algo habríamos oído.
¿Y si hubiésemos llegado demasiado tarde?
desesperación.
excla-mó Maston con un acento de
Michel Ardan no supo qué responder. Él y Maston prosiguieron su interrumpida marcha.
De cuando en cuando gritaban con toda la fuerza de sus pulmones, ya llamando a
Barbicane, ya a Nicholl; pero ninguno de los dos adversarios respondía a sus voces. Alegres
bandadas de pájaros, que se levantaban al ruido de sus pasos y de sus palabras,
desaparecían entre las ramas, y algunos gansos azor F