Test Drive | Page 98

Allí estaba un viejo leñador haciendo pedazos algu-nos árboles caídos. Maston corrió hacia él gritando: ¿Habéis visto entrar en el bosque a un hombre armado de rifle, a Barbicane, el presidente..., mi mejor amigo... ? El digno secretario del Gun Club pensaba cándida-mente que su presidente no podía dejar de ser conocido de todo el mundo. Pero no pareció que el leñador le comprendiese. Un cazador dijo entonces Ardan. ¿Un cazador? Sí, to he visto respondió el leñador. ¿Hace mucho tiempo? Cosa de una hora. ¡Hemos llegado tarde! exclamó Maston. ¿Y habéis oído algún disparo? preguntó Michel. No. ¿Ni uno solo? Ni uno solo. Me parece que el tal cazador no hace negocio. ¿Qué hacemos, Maston? Entrar en el bosque, aunque sea exponiéndonos a un balazo por un quid pro quo. ¡Ah! exclamó Maston con un acento de verdad, salido del fondo de su corazón . Preferiría diez balas en mi cabeza a una sola en la de Barbicane. ¡Adelante, pues! respondió Ardan, estrechando la mano de su compañero. A los pocos segundos, los dos amigos desaparecie-ron en el espeso bosque de cedros, sicomoros, tulíperos, icacos, pinos, encinas y mangos, que entrecruzaban sus ramas formando una inextricable red y privando a la vista de todo horizonte. Michel Ardan y Maston no se separaban uno de otro, cruzando silenciosamente las al-tas hierbas, abriéndose camino por entre vigorosos be-jucales, interrogando con la mirada las matas y el ramaje perdidos en la sombría espesura y esperando oír de un momento a otro el mortífero estampido de los rifles. Imposible les hubiera sido reconocer las huellas que marcasen el tránsito de Barbicane, marchando como cie-gos por senderos casi vírgenes y cubiertos de broza, donde un indio hubiera seguido uno tras otro todos los pasos de un enemigo. Pasada