Test Drive | Page 97

¡Abre! gritaba una voz desde fuera . ¡Abre pron-to, en nombre del cielo! Ninguna razón tenía Ardan para acceder a una de-manda tan estrepitosamente formulada. No obstante, se levantó y abrió la puerta, en el momento de it ésta a ce-der a los esfuerzos del obstinado visitante. El secretario del Gun Club penetró en el cuarto. No hubiera una bomba entrado en él con menos ceremonias. Anoche exclamó J. T. Maston al momento , nues-tro presidente, durante el mitin, fue públicamente insul-tado. ¡Ha provocado a su adversario, que es nada menos que el capitán Nicholl! ¡Se baten los dos esta mañana en el bosque de Skernaw! ¡Lo sé todo por el mismo Barbi-cane! ¡Si éste muere, fracasan sus proyectos! ¡Es, pues, preciso impedir el duelo a toda costa! ¡No hay más que un hombre en el mundo que ejerza sobre Barbicane bastante imperio para detenerle, y este hombre es Michel Ardan! En tanto que J. T. Maston hablaba como acabamos de referir, Michel Ardan, sin interrumpirle, se vistió su ancho pantalón, y no habían transcurrido aún dos mi-nutos, cuando los dos amigos ganaban a escape los arra-bales de Tampa. Durante el camino, Maston acabó de poner a Ardan al corriente de todo el negocio. Le dio a conocer las ver-daderas causas de la enemistad de Barbicane y de Ni-choll, la antigua rivalidad, los amigos comunes que me-diaron para que los adversarios no se encontrasen nunca cara a cara, y añadió que se trataba de una pugna entre plancha y proyectil, de suerte que la escena del mitin sólo había sido una ocasión rebuscada desde mucho tiempo por el rencoroso Nicholl para armar camorra. Nada más terrible que esos duelos propios de los ame-ricanos, durante los cuales los dos adversarios se buscan por entre la maleza y los matorrales, se acechan desde un escondrijo cualquiera y se disparan las armas en medio de to más enmarañado de las selvas, como bestias feroces. ¡Cuánto, entonces, deben de envidiar los combatientes las maravillosas cualidades de los indios de las praderas; su perspicacia, su astucia, su conocimiento de los rastros, su olfato para percibir al enemigo! Un error, una vaci-lación, un mal paso, pueden acarrear la muerte. En estos momentos, los yanquis se hacen con frecuencia acompa-ñar de sus perros, y, cazando y siendo cazados a un mismo tiempo, se persiguen a menudo durante horas y horas. ¡Qué diablos de gente sois! exclamó Michel Ar-dan, cuando su compañero le explicó con mucho realis-mo todos los pormenores. Somos como somos respondió modestamente J. T. Maston ; pero démonos prisa. Él y Michel Ardan tuvieron que correr mucho para atravesar la llanura humedecida por el rocío, pasar arrozales y torrentes, y atajar por el camino más corto, y aun así no pudieron llegar al bosque de Skernaw antes de las cinco y media. Hacía media hora que Barbicane debía de encontrarse en el teatro de la lucha.