El capitán Nicholl.
Me to figuraba. Hasta ahora la casualidad no os ha-bía colocado en mi camino...
¡Me he colocado en él yo mismo!
¡Me habéis insultado!
Públicamente.
Me daréis satisfacción del insulto.
Ahora mismo.
No, quiero que todo pase secretamente entre noso-tros. Hay un bosque, el bosque de
Skernaw, a tres millas de Tampa. ¿Lo conocéis?
Lo conozco.
¿Tendréis inconveniente en entrar en él por un lado mañana por la mañana a las cinco?
Ninguno, siempre y cuando a la misma hora en-tréis vos por el otro lado.
¿Y no olvidaréis vuestro rifle?
Ni vos el vuestro
dijo Barbicane.
respondió Nicholl.
Pronunciadas estas palabras con la mayor calma, el presidente del Gun Club y el capitán
se separaron, Bar-bicane volvió a su casa, pero, en vez de descansar, pasó la noche
buscando el medio de evitar la repercusión del proyectil y resolver el difícil problema
presentado por Michel Ardan en la discusión del mitin.
XXI
Cómo arregla un francés un desafío
Mientras entre el presidente y el capitán se concerta-ba aquel duelo terrible y salvaje en que
un hombre se hace a la vez res y cazador de otro hombre, Michel Ar-dan descansaba de las
fatigas del triunfo. Pero no des-cansaba, no es ésta la expresión propia, porque los
col-chones de las camas americanas nada tienen que envidiar por su dureza al mármol y al
granito.
Ardan dormía, pues, bastante mal, volviéndose de un lado a otro entre las toallas que le
servían de sábanas, y pensaba en proporcionarse un lugar de descanso más cómodo y
mullido en su proyectil, cuando un violento ruido le arrancó de sus sueños. Golpes
desordenados conmovían su puerta como si fuesen dados con un mar-tillo, mezclándose
con aquel estrépito tan temprano gri-tos desaforados.