Test Drive | Page 95

Sobre el ignorante que ha organizado esta tentativa tan imposible como ridícula. El ataque era directo. Barbicane, desde la interven-ción del desconocido, tuvo que esforzarse mucho para contenerse y conservar su sangre fría; pero viéndose ul-trajado de una manera tan terrible, se levantó precipita-damente, y ya marchaba hacia su adversario, quien le miraba frente a frente y le aguardaba con la mayor sere-nidad, cuando se vio súbitamente separado de él. De pronto, cien brazos vigorosos levantaron en alto el estrado, y el presidente del Gun Club tuvo que com-partir con Michel Ardan los honores del triunfo. La car-ga era pesada, pero los que la llevaban se iban relevando sin cesar, luchando todos con el mayor encarnizamiento unos contra otros para prestar a aquella manifestación el apoyo de sus hombros. Sin embargo, el desconocido no se había aprovecha-do del tumulto para dejar su puesto. Pero ¿acaso, aun-que hubiese querido, hubiera podido evadirse en medio de aquella compacta muchedumbre? Lo cierto es que no pensó en escurrirse, pues se mantenía en primera fila, con los brazos cruzados, y miraba a Barbicane como si quisiera comérselo. Tampoco Barbicane le perdía de vista, y las miradas de aquellos dos hombres se cruzaban como dos espadas diestramente esgrimidas. Los gritos de la muchedumbre duraron tanto como la marcha triunfal. Michel Ardan se dejaba llevar con un placer evidente. Su rostro estaba radiante. De cuando en cuando parecía que el estrado se balanceaba como un buque azotado por las olas. Pero los héroes de la fiesta, acostumbrados a navegar, no se mareaban, y su buque llegó sin ninguna avería al puerto de Tampa. Michel Ardan pudo afortunadamente ponerse a sal-vo de los abrazos y apretones de manos de sus vigoro-sos admiradores. En el hotel Franklin encontró un refu-gio, subió a su cuarto y se metió entre sábanas, mientras un ejército de cien mil hombres velaba bajo sus ven-tanas. Al mismo tiempo ocurría una escena corta, grave y decisiva entre el personaje misterioso y el presidente del Gun Club. Barbicane, apenas se vio libre, se dirigió a su adver-sario. ¡Venid! le dijo con voz breve. El desconocido le siguió y no tardaron en hallarse los dos solos en un malecón sito en el Jone's Fall. Nose conocían aún, y se miraron. ¿Quién sois? preguntó Barbicane.