¡Oh! Sus paredes son gruesas, ¡y cruzará con tanta rapidez la atmósfera!
¿Y víveres? ¿Y agua?
He calculado que podría llevar víveres y agua para un año
travesía durará cuatro días.
respondió Ardan , y la
¿Y aire para respirar durante el viaje?
Lo haré artificialmente por procedimientos quími-cos bien conocidos.
Pero ¿y vuestra caída en la Luna, suponiendo que Ileguéis a ella?
Será seis veces menos rápida que una caída en la Tierra, porque el peso es seis veces
menor en la superfi-cie de la Luna.
¡Pero aun así, será suficiente para romperos como un pedazo de vidrio!
¿Y quién me impedirá retardar mi caída por medio de cohetes convenientemente
dispuestos y disparados en ocasión oportuna?
Por último, aun suponiendo que se hayan resuelto todas las dificultades, que se hayan
allanado todos los obstáculos, que se hayan reunido a favor vuestro todas las
probabilidades, aun admitiendo que lleguéis sano y salvo a la Luna, ¿cómo volveréis?
¡No volveré!
A esta respuesta, sublime por su sencillez, la asam-blea quedó muda. Pero su silencio fue
más elocuente que todos los gritos de entusiasmo. El desconocido se aprovechó de él para
protestar por última vez.
Os mataréis infaliblemente exclamó , y vuestra muerte, que no será más que la muerte
de un insensato, ¡ni siquiera servirá de algo a la ciencia!
¡Proseguid, mi generoso desconocido, porque, la verdad, vuestros pronósticos son muy
agradables!
¡Ah! ¡Eso es demasiado! exclamó el adversario de Michel Ardan . ¡Y no sé por qué
pierdo el tiempo en una discusión tan poco formal! ¡No desistáis de vuestra loca empresa!
¡No es vuestra la culpa!
¡Oh! ¡No salgáis de vuestras casillas!
¡No! Sobre otro pesará la responsabilidad de vues-tros actos.
¿Sobre quién?
preguntó Michel Ardan con voz imperiosa . ¿Sobre quién? Decidlo.