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Pero él y su compañero no habían dado aún cin-cuenta pasos, cuando se detuvieron para examinar más atentamente al capitán. ¡Se habían figurado encontrar un hombre sediento de sangre y entregado enteramente a su venganza! A1 verle, quedaron atónitos. Entre los tulíperos gigantescos había tendida una red de malla estrecha, en cuyo centro, un pajarillo, con las alas enredadas, forcejeaba lanzando lastimosos queji-dos. El cazador que había armado aquella inextricable artimaña, no era humano: era una araña venenosa, indí-gena del país, del tamaño de un huevo de paloma y pro-vista de enormes patas. El repugnante animal, en el mo-mento de precipitarse contra su presa, se vio a su vez amenazado de un enemigo temible, y retrocedió para buscar asilo en las altas ramas de tulípero. El capitán Nicholl, que, olvidando los peligros que le amenazaban, había dejado el rifle en el suelo, se ocupaba en liberar con la mayor delicadeza posible a la víc-tima cogida en la red de la monstruosa araña. Cuando hubo concluido su operación, devolvió la libertad al pa-jarillo, que desapareció moviendo alegremente las alas. Nicholl le veía, enternecido, huir por entre las ra-mas, cuando oyó las siguientes palabras, pronunciadas con voz conmovida: ¡Sois un valiente y un hombre de bien a carta cabal! Se volvió. Michel Ardan se hallaba en su presencia, repitiendo en todos los tonos: ¡Y un hombre generoso! ¡Michel Ardan! exclamó el capitán . ¿Qué venís a hacer aquí, caballeros? Vengo, Nicholl, a daros un apretón de manos y a impedir que matéis a Barbicane o que él os mate. ¡Barbicane! ¡Dos horas hace que to busco y no le encuentro! ¿Dónde se oculta? Nicholl dijo Michel Ardan , eso no es decoroso. Se debe respetar siempre a un adversario. Tranquilizaos, que si Barbicáne vive, le encontraremos, tanto más cuanto que, a no ser que se divierta como vos en soco-rrer pájaros oprimidos, él también os estará buscando. Pero Michel Ardan es quien to dice, cuando le hayamos encontrado, no se tratará ya de duelo entre vosotros. Entre el presidente Barbicane y yo respondió gra-vemente Nicholl tal que sólo la muer-te de uno de los dos... hay una rivalidad No prosigáis repuso Michel Ardan ; valientes como vosotros, aun siendo enemigos, pueden estimarse. No os batiréis. ¡Me batiré, caballero!