Muy fuerte, caballero, y añadiré que los señores Beer y Moedler, que son los más hábiles
observadores, los que mejor han estudiado el astro de la noche, están de acuerdo sobre la
falta absoluta de aire en su super-ficie.
Se produjo cierta sensación en el auditorio, al cual empezaban a convencer los argumentos
del personaje desconocido.
Adelante respondió Michel Ardan con la mayor calma , y llegamos ahora a un hecho
importante. El se-ñor Laussedat, hábil astrónomo francés, observando el eclipse del 18 de
junio de 1860, comprobó que los extre-mos del creciente solar estaban redondeados y
trunca-dos. Este fenómeno no pudo ser producido más que por una desviación de los rayos
del Sol al atravesar la atmós-fera de la Luna, sin que haya otra explicación posible.
¿Pero el hecho es cierto?
preguntó con viveza el desconocido.
Absolutamente cierto.
Un movimiento inverso al que había experimentado la asamblea poco antes se tradujo en
rumores de aproba-ción a su héroe favorito, cuyo adversario guardó silen-cio. Ardan repitió
la frase, y, sin envanecerse por la ven-taja que acababa de obtener, dijo sencillamente:
Ya veis, pues, mi querido caballero, que no convie-ne pronunciarse de una manera
absoluta contra la exis-tencia de una atmósfera en la superficie de la Luna. Esta atmósfera
es probablemente muy poco densa, bastante sutil, pero la ciencia en la actualidad admite
generalmen-te su existencia.
No en las montañas, por más que to sintáis
dar su brazo a torcer.
respon-dió el desconocido, que no quería
Pero sí en el fondo de los valles, y no elevándose más a11á de algunos centenares de pies.
Aunque así fuese, haríais bien en tomar vuestras precauciones, porque el tal aire estará
terriblemente en-rarecido.
¡Oh! Caballero, siempre habrá el suficiente para un hombre solo, y además, una vez a11í,
procuraré econo-mizarlo todo to que pueda y no respirar sino en las gran-des ocasiones.
Una estrepitosa carcajada retumbó en los oídos del misterioso interlocutor, el cual paseó sus
miradas por la asamblea desafiándola con orgullo.
Ahora bien repuso Michel Ardan con cierta indi-ferencia , puesto que estamos de
acuerdo sobre la exis-tencia de una atmósfera lunar, tenemos también que ad-mitir la
presencia de cierta cantidad de agua. Ésta es una consecuencia que me alegro de poder
sacar por la cuenta que me tiene. Permitidme, además, mi amable contra-dictor, someter
una observación a vuestro ilustrado cri-terio. Nosotros no conocemos más que una cara de
la Luna, y aunque haya poco aire en el lado que nos mira, es posible que haya mucho en el
opuesto.