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Aludiendo a la poca extensión de Florida, península en miniatura encerrada entre dos mares, se consolaron con la idea de que no resistiría al sacudimiento del dispa-ro y saltaría al primer cañonazo. ¡Que salte! antiguos. respondieron los floridenses, con un laconismo digno de los tiempos XII Urbi et orbi Resueltas las dificultades astronómicas, mecánicas y topográficas, se presentaba la cuestión económica. Tra-tábase nada menos que de procurarse una enorme cantidad para la ejecución del proyecto. Ningún particular, ningún Estado hubiera podido disponer de los millones necesarios. Por más que la empresa fuese americana, el presi-dente Barbicane tomó el partido de darle una carácter de universalidad para poder pedir su cooperación a todas las naciones. Era a la vez un derecho y un deber de toda la Tierra intervenir en los negocios de su satélite. Abrió-se con este fin una suscripción que se extendió desde Baltimore al mundo entero. Urbi et orbi. La suscripción debía tener un éxito superior a todas las esperanzas. Tratábase, sin embargo, de un donativo, y no de un préstamo. La operación, en el sentido literal de la palabra, era puramente desinteresada, sin la más re-mota probabilidad de beneficio. Pero el efecto de la comunicación de Barbicane no se había limitado a las fronteras de los Estados Unidos, sino que había salvado el Atlántico y el Pacífico, inva-diendo a la vez Asia y Europa, África y Oceanía. Los observadores de la Unión se pusieron inmediatamente en contacto con los de los países extranjeros. Algunos, los de París, San Petersburgo, El Cabo, Berlín, Alto-na, Estocolmo, Varsovia, Hamburgo, Budapest, Bolo-nia, Malta, Lisboa, Benarés, Madrás y Pekín cumpli-mentaron al Gun Club; los demás se encerraron en una prudente expectativa. En cuanto al observatorio de Greenwich, con el be-neplático de los otros veintidós establecimientos astro-nómicos de la Gran Bretaña, no se anduvo en chiquitas ni paños calientes, sino que negó terminantemente la posibilidad del éxito, y se colocó sin vacilar en las filas del capitán Nicholl, cuyas teorías prohijó sin la menor reserva. Así es que, en tanto que otras ciudades científicas prometían enviar delegados a Tampa, los astrónomos de Greenwich acordaron, en una sesión especial, no darse por enterados de la proposición de Barbicane. ¡A tanto llega la envidia inglesa! Pero el efecto fue excelente en el mundo científico en general, desde el cual se propagó a todas las clases de la sociedad, que acogieron el proyecto con el mayor en-tusiasmo. Este