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Sin duda respondió el Times . ¡Después de haber sido españoles o ingleses por espacio de doscientos años, os vendieron a los Estados Unidos por cinco mi-llones de dólares! ¡Qué importa! replicaron los floridenses . ¿De-bemos por ello avergonzarnos? En 1903, ¿no fue com-prada la Luisiana a Napoleón por dieciséis millones de dólares? ¡Qué vergüenza! exclamaron entonces los diputa-dos de Tejas . ¡Un miserable pedazo de tierra como Florida ponerse en parangón con Tejas, que, en lugar de venderse, se hizo ella misma independiente, expulsó a los mexicanos el 2 de marzo de 1836 y se declaró repú-blica federal después de la victoria alcanzada por Samuel Houston en las márgenes del San Jacinto sobre las tro-pas de Santana! ¡Un país, en fin, que se anexionó volun-tariamente a los Estados Unidos de América! ¡Sí, por miedo a los mexicanos! respondió Florida. ¡Miedo! Desde el momento que se pronunció esta palabra, demasiado fuerte, en realidad, la posición se hizo intolerable. Era de temer un degüello de los dos partidos en las calles de Baltimore. Fue preciso vigilar a los diputados con centinelas. El presidente Barbicane se hallaba metido en un ato-lladero. Llegaban continuamente a sus manos notas, do-cumentos y cartas preñadas de amenazas. ¿Qué partido había de tomar? Bajo el punto de vista de la posición, fa-cilidad de las comunicaciones y rapidez de los transpor-tes, los derechos de los dos Estados eran perfectamente iguales. En cuanto a las personalidades políticas, nada tenían que ver en el asunto. La vacilación y la perplejidad se habían prolongado ya mucho y ofrecían visos de perpetuarse, por to que Barbicane trató de salir resueltamente al paso ocurrién-dosele una solución que era indudablemente la más dis-creta. Todo bien considerado dijo , es evidente que las dificultades suscitadas por la rivalidad de Tejas y Florida se producirán entre las ciudades del Estado favorecido. La rivalidad descenderá del género a la especie, del Es-tado a la ciudad, y no habremos adelantado nada. Pero Tejas tiene once ciudades que gozan de las condiciones requeridas, y las once, disputándose el honor de la em-presa, nos crearán nuevos conflictos, al paso que Florida no tiene más ciudades que Tampa. Optemos, pues, por Florida. Esta disposición, apenas fue conocida, puso a los di-putados de Tejas de un humor de perros. Se apoderó de ellos un furor indescriptible, y dirigieron insultos des-medidos a los distintos miembros del Gun Club. Los magistrados de Baltimore no podían tomar más que un partido, y to tomaron. Mandaron preparar un tren espe-cial, metieron en él de grado o fuerza a los tejanos, y les hicier