Barbicane, sin hacer caso de estos ataques, continuó su obra.
Entonces Nicholl miró la cuestión bajo otros aspec-tos. Dejando a un lado su inutilidad
absoluta, consideró el experimento como muy peligroso para los ciudada-nos que
autorizasen con su presencia tan reprobado es-pectáculo y para las poblaciones próximas a
aquel cañón vituperable. Hizo notar también que el proyectil, si no alcanzaba, como no to
alcanzaría, el objetivo a que se le destinaba, caería y la caída de una mole semejante,
mul-tiplicada por el cuadrado de su velocidad, compromete-ría singularmente algún punto
del globo. Sin atacar los derechos de los ciudadanos, había llegado el caso en que la
intervención del gobierno era de absoluta necesidad, pues no era justo comprometer la
seguridad de todos por el capricho de uno solo.
Véase a qué exageraciones se dejaba arrastrar el capi-tán Nicholl. Nadie participaba de su
opinión, ni tuvo en cuenta sus funestos pronósticos. Se le dejó gritar y des-gañitarse cuanto
le diera la gana. Así quedó constituido el capitán en defensor de una causa perdida de
antema-no; se le oía, pero no se le escuchaba, y no privó al presi-dente del Gun Club, ni
de uno solo de sus admiradores. Barbicane no se tomó siquiera la molestia de contestar a
los argumentos de su implacable rival.
Acorralado en sus últimas trincheras, Nicholl, ya que no podía pagar con su persona,
resolvió pagar con su dinero.
En el Enquirer, de Richmond, propuso públicamen-te una serie de apuestas en la forma
siguiente:
Apostó:
1.° A que no se reunirían los fon-dos necesarios
para llevar a cabo la em-presa del Gun Club................................ 1.000 dólares
2.° A que la fundición de un cañón de
900 pies resultaría impracticable y no tendría éxito .......................2.000 dólares
3.° A que sería imposible cargar el columbiad,
y a que la pólvora se infla-maría por la Bola presión del proyectil.....3.000 dólares