Volvamos al piróxilo repuso Barbicane . Cono-céis sus propiedades, por las cuales va
a ser para noso-tros tan precioso. Se prepara con la mayor facilidad, sumergiendo algodón
en ácido nítrico humeante,(1) por es-pacio de quince minutos, lavándolo después en mucha
agua y dejándolo secar.
1. Llamado así porque al contacto del afire húmedo despide una densa humareda
blanquecina.
Nada, en efecto, más sencillo
dijo Morgan.
Además, el piróxilo es inalterable a la humedad, cualidad preciosa para nosotros, que
necesitaremos mu-chos días para cargar el cañón; se inflama a los 170° en lugar de 240°, y
su deflagración es tan súbita que se in-flamasobre la pólvora ordinaria sin que tenga tiempo
de inflamarse ésta.
Perfectamente
respondió el mayor.
Sólo que cuesta más cara.
¿Qué importa?
dijo J. T. Maston.
Por último, comunica a los proyectiles una veloci-dad cuatro veces mayor que la que les
da la pólvora or-dinaria. Y si se mezclan con el piróxilo ocho décimas de su peso de nitrato
de potasa, su fuerza expansiva aumen-ta considerablemente.
¿Será necesaria esa mezcla?
preguntó el mayor.
Me parece que no respondió Barbicane . Así pues, en lugar de mil seiscientas libras de
pólvora, nos bastarán quinientas libras de fulmicotón, y como no hay peligro en comprimir
quinientas libras de algodón en un espacio de 26 pies cúbicos, esta materia no ocupará en el
columbiad más que una altura de 30 toesas. Así recorre-rá la bala más de 700 pies de ánima
bajo el esfuerzo de seis mil millones de litros de gas antes de emprender su marcha hacia el
astro de la noche.
Al oír estas palabras, J. T. Maston no pudo reprimir su entusiasmo, y con la velocidad de un
proyectil se arrojó a los brazos de su amigo, al cual hubiera derriba-do, si Barbicane no
hubiese sido un hombre hecho a prueba de bomba.
Este incidente fue el punto final de la tercera sesión de la comisión. Barbicane y sus
audaces colegas, par, quienes no había nada imposible, acababan de resolve la cuestión tan
compleja del proyectil, del cañón y de la pólvora. Formando su plan, ya no faltaba más que
eje-cutarlo.
Poca cosa, una bagatela
decía J. T. Maston.