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En efecto repuso el presidente , pero la allanare-mos, porque la fuerza de impulsión que necesitamos re-sulta de la longitud de la máquina y de la cantidad de pólvora empleada, hallándose ésta limitada por la resis-tencia de aquélla. Ocupémonos ahora, pues, de las di-mensiones que hay que dar al cañón. Téngase en cuenta que podemos procurarle condiciones de una resistencia infinita, si es lícito hablar así, pues no se tiene que ma-niobrar con él. Es evidente respondió el general. Hasta ahora dijo Barbicane , los cañones más lar-gos, nuestros enormes columbiads, no han pasado de veinticinco pies de longitud; mucha sorpresa causarán, pues, a la gente las dimensiones que tendremos que adoptar. Sin duda exclamó J. T. Maston . Yo propongo un cañón cuya longitud no baje de media milla. ¡Media milla! exclamaron el mayor y el general. Sí, media milla, y me quedo corto. Vamos, Maston No respondió Morgan . Exageráis. replicó el fogoso secretario , no sé en verdad por qué me tacháis de exagerado. ¡Porque vais demasiado lejos! Sabed, señor respondió J. T. Maston, con solemne gravedad , sabed que un artillero es como una bala, que no puede ir demasiado lejos. La discusión tomaba un carácter personal, pero el presidente intervino. Calma, amigos, calma, y razonemos. Se necesita evidentemente un cañón de gran calibre, puesto que la longitud de la pieza aumentará la presión de los gases acumulados debajo del proyecti l, pero es inútil pasar de ciertos límites. Perfectamente dijo el mayor. ¿Qué reglas hay para semejantes casos? Ordinaria-mente la longitud de un cañón es la de 20 a 25 veces el diámetro de la bala, y pesa de 235 a 240 veces más que ésta. No basta exclamó J. T. Maston impetuosamente. Convengo en ello, mi digno amigo. En efecto, si-guiendo la proporción indicada, para el proyectil que tuviese 9 pies de ancho y pesase 20.000 libras, el cañón no tendría más que una longitud de 225 pies y un peso de 200.000 libras. Lo que es ridículo añadió J. T. Maston ; tanto val-dría echar mano de una pistola.