Sería demasiado contestó Barbicane . Notad bien que no se trata de una bala destinada
a taladrar planchas de hierro; basta, pues, que sus paredes sean bastante fuertes para
contrarrestar la presión de los gases de la pólvora. He aquí, pues, el problema: ¿qué grueso
debe tener una granada de hierro fundido para no pesar más que 20.000 libras? Nuestro
hábil calculador, el intrépido Maston, va a decirlo ahora mismo.
Nada más fácil
replicó el distinguido secretario de la comisión.
Y sin decir más, trazó fórmulas algebraicas en el pa-pel, apareciendo bajo su pluma X y
más X elevadas has-ta la segunda potencia. Hasta pareció que extraía, sin to-carla, cierta
raíz cúbica y dijo:
Las paredes no llegarán a tener el grueso de dos pulgadas.
¿Será suficiente?
preguntó el mayor con un ade-mán dubitativo.
No, evidentemente, no
¿Qué se hace, pues?
respondió el presidente Barbicane.
repuso Elphiston bastante perplejo.
Emplear otro metal.
¿Cobre?
dijo Morgan.
No; es aún demasiado pesado, y os propongo otro mejor.
¿Cuál?
dijo el mayor.
El aluminio
respondió Barbicane.
¿Aluminio?
exclamaron los tres colegas del presi-dente.
Sin duda, amigos míos. Ya sabéis que un ilustre químico francés, Henry Sainte Claire
Deville, Ilegó en 1854 a obtener el aluminio en masa compacta. Este pre-cioso metal time
la blancura de la plata, la inalterabili-dad del oro, la tenacidad del hierro, la fusibilidad del
co-bre y la ligereza del vidrio. Se trabaja fácilmente, abunda en la naturaleza, pues la
alúmina forma la base de la ma-yor parte de las rocas; es tres veces más ligero que el
hie-rro, y parece haber sido creado expresamente para sumi-nistrarnos la materia de que se
ha de componer nuestro proyectil.
¡Bien por el aluminio! exclamó el secretario de la comisión, siempre muy estrepitoso en
sus momentos de entusiasmo.
Pero, mi estimado presidente
caro?
dijo el mayor , ¿no es acaso el aluminio excesivamente