año (3.155.760 leguas). Tardaría, pues, once días en trasladarse a la Lu-na, doce años en
llegar al Sol, trescientos sesenta años en alcanzar a Neptuno, en los límites del mundo solar.
¡He aquí lo que haría esta modesta bala, obra de nuestras ma-nos! ¿Qué será, pues, cuando
haciendo esta velocidad veinte veces mayor la lancemos a una rapidez de 7 millas por
segundo? ¡Bala soberbia! ¡Espléndido proyectil! ¡Me complazco en pensar que serás a11á
arriba recibida con los honores debidos a un embajador terrestre!
1. Es decir, que pesa veinticuatro libras.
2. Así es que cuando se ha oído el estampido de la boca de fuego, el que to ha oído no
puede ser ya herido por la bala.
Entusiastas hurras acogieron esta retumbante pero-ración, y J. T. Maston, muy conmovido,
se sentó entre las felicitaciones de sus colegas.
Y ahora dijo Barbicane
directamente al grano.
que hemos pagado un tributo a la poesía, vámonos
Vamos al grano respondieron los miembros del comité, echándose cada uno al coleto
media docena de bocadillos.
Ya sabéis cuál es el problema que hay que resolver repuso el presidente . Se trata de
dar a un proyectil una velocidad de 12.000 yardas por segundo. Tengo motivos para creer
que to conseguiremos. Pero ahora examine-mos las velocidades obtenidas hasta la fecha.
Acerca del particular, el general Morgan podrá instruirnos.
Tanto más respondió el general cuanto que, du-rante la guerra, era miembro de la
comisión de experi-mentos. Os diré, pues, que los cañones de a 100 de Dahl-green, que
alcanzaban 2.500 toesas, daban a su proyectil una velocidad inicial de 500 yardas por
segundo.
Bien. ¿Y el columbiad (1) Rodynan?
preguntó el pre-sidente.
1. Los americanos dan el nombre de columbiad a estas enormes máquinas de destrucción.
El columbiad Rodman, ensayado en el fuerte Ha-milton, lanzaba una bala de media
tonelada de peso a una distancia de 6 millas, a una velocidad de 800 yardas por segundo,
resultado que no han obtenido nunca en Inglaterra, Armstrong y Pallisier.
¡Oh! ¡Los ingleses! murmuró J. T. Maston, vol-viendo hacia el horizonte del Este su
formidable mano postiza.