perturbaciones, tales como cataclismos, revolu-ciones, terremotos, diluvios, pestes, etc., es
decir, que creían en la influencia misteriosa del astro de la noche sobre los destinos
humanos. La miraban como el verda-dero contrapeso de la existencia: creían que cada
selenita correspondía a un habitante de la Tierra, al cual estaba unido por uri lazo
simpático; decían, con el doctor Mead, que el sistema vital le está enteramente sometido, y
sostenían con una convicción profunda que los varo-nes nacen principalmente durante la
Luna llena y las hembras en el cuarto menguante, etcétera. Pero tuvie-ron, al fin, que
renunciar a tan groseros errores y re-conocer la verdad, y si bien la Luna, despojada de su
supuesta influencia, perdió en el concepto de ciertos cortesanos toda su categoría, si
algunos le volvieron la espalda, se declaró partidario suyo la inmensa mayoría. En cuanto a
los yanquis, no abrigaban más ambición que la de tomar posesión de aquel nuevo
continente de los aires para enarbolar en la más erguida cresta de sus montañas el poderoso
pabellón, salpicado de estrella: de los Estados Unidos de América.
VII
El himno al proyectil
En su memorable carta del 7 de octubre, el observa-torio de Cambridge había tratado la
cuestión bajo el punto de vista astronómico, pero era preciso resolverla mecánicamente. En
este concepto las dificultades prácti-cas hubieran parecido insuperables a cualquier otro
país que no hubiese sido América. En los Estados Unidos pareció cosa de juego.
El presidente Barbicane había nombrado, sin pérdi-da de tiempo, en el seno del Gun Club,
una comisión ejecutiva. Esta comisión debía en tres sesiones dilucidar las tres grandes
cuestiones del cañón, del proyectil y de las pólvoras. Se componía de cuatio miembros muy
conocedores de estas materias. Barbicane, con voto pre-ponderante en caso de empate, el
general Morgan, el ma-yor Elphiston y el inevitable J. T. Maston, a quien se confiaron las
funciones de secretario.
El 8 de octubre, la comisión se reunió en casa del presidente Barbicane: 3, Republican
Street. Como im-portaba mucho que el estómago no turbase con sus gri-tos una discusión
tan grave, los cuatro miembros del Gun Club se sentaron a una mesa cubierta de
bocadillos y de enormes teteras. Enseguida J. T. Maston fijó su plu-ma en su brazo postizo,
y empezó la sesión.
Barbicane tomó la palabra.
Mis queridos colegas dijo , estamos llamados a resolver uno de los más importantes
problemas de la ba-lística, la ciencia por excelencia, que trata del movimiento de los
proyectiles, es decir, de los cuerpos lanzados al espacio por una fuerza de impulsión
cualquiera y aban-donados luego a sí mismos.
¡Oh! ¡La balística! ¡La balística!
exclamó J. T. Maston con voz conmovida.
Tal vez hubiera parecido más lógico
la discusión del cañón...
repuso Bar-bicane
dedicar esta primera sesión a