Test Drive | Page 21

primeros tiempos de la Creación. Estos planetas, enumerándolos por el orden de su proxi-midad, son: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Además, entre Marte y Jú-piter circulan regularmente otros cuerpos menos con-siderables, restos errantes tal vez de un astro hecho pe-dazos, de los cuales el telescopio ha reconocido ya ochenta y dos.(1) 1. Algunos de estos asteroides son tan pequeños, que a paso gim-nástico, se podría dar una vuelta a su alrededor en un solo día. De estos servidores que el Sol mantiene en su órbita elíptica por la gran ley de la gravitación, algunos poseen también sus satélites. Urano tiene ocho; Saturno otros tantos; Júpiter, cuatro; Neptuno, tres; la Tierra, uno. Este último, uno de los menos importantes del mundo solar, se llama Luna, y es el que el genio audaz de los americanos pretendía conquistar. El astro de la noche, por su proximidad relativa y el espectáculo rápidamente renovado de sus diversas fa-ses, compartió con el Sol, desde los primeros días de la humanidad, la atención de los habitantes de la Tierra. Pero el Sol ofende los ojos al mirarlo, y los torrentes de luz que despide obligan a cerrarlos a los que los con-templan. La plácida Febe, más humana, se deja ver compla-ciente con su modesta gracia; agrada a la vista, es poco ambiciosa y, sin embargo, se permite alguna vez eclipsar a su hermano, el radiante Apolo, sin ser nunca eclipsada por él. Los mahometanos, comprendiendo el reconoci-miento que debían a esta fiel amiga de la Tierra, han re-gulado sus meses en base a su revolución.(1) 1. La revolución de la Luna dura unos veintisiete días y medio. Los primeros pueblos tributaron un culto muy pre-ferente a esta casta deidad. Los egipcios la llamaban Isis; los fenicios, Astarté; los griegos la adoraron bajo el nombre de Febe, hija de Latona y de Júpiter, y explica-ban sus eclipses por las visitas misteriosas de Diana al bello Endimión. Según la leyenda mitológica, el león de Nemea recorrió los campos de la Luna antes de su apari-ción en la Tierra, y el poeta Agesianax, citado por Plu-tarco, celebró en sus versos aquella amable boca, aque-lla nariz encantadora, aquellos dulces ojos, formados por las partes luminosas de la adorable Selene. Pero si bien los antiguos comprendieron a las mil maravillas el carácter, el temperamento, en una palabra, las cualidades morales de la Luna bajo el punto de vista mitológico, los más sabios que había entre ellos perma-necieron muy ignorantes en selenografía. Sin embargo, algunos astrónomos de épocas remo-tas descubrieron ciertas particularidades confirmadas actualmente por la ciencia. Si bien los acadios preten-dieron haber habitado la Tierra en una época en que la Luna no existía aún, si bien Simplicio la creyó inmóvil y