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me-dida que por la condensación disminuía su volumen, su movimiento de rotación se aceleró, de lo que resultó una estrella principal, centro de las acumulaciones nebulosas. Mirando atentamente, el observador hubiera visto entonces las demás moléculas de la acumulación condu-cirse como la estrella central, condensarse de la misma manera por un movimiento de rotación bajo forma de innumerables estrellas. La nebulosa estaba formada. Los astrónomos cuentan actualmente cerca de 5.000 nebu-losas. Hay una entre ellas que los hombres han llamado la Vía Láctea, la cual contiene dieciocho millones de estre-llas, siendo cada estrella el centro de un mundo solar. Si el observador hubiese entonces examinado espe-cialmente entre aquellos dieciocho millones de astros, uno de los más modestos y menos brillantes,(1) una estre-lla de cuarto orden, la que llamamos orgullosamente el Sol, todos los fenómenos a que se debe la formación del Universo se hubieran realizado sucesivamente a su vista. 1. El diámetro de Sirio, según Wollaston, es doce veces mayor que el del Sol. Hubiera visto al Sol, en estado gaseoso aún y com-puesto de moléculas movibles, girando alrededor de su eje para consumar su trabajo de concentración. Este movimiento, sometido a las leyes de la mecánica, se hu-biese acelerado con la disminución de volumen, Ilegan-do un momento en que la fuerza centrífuga prevaleciese sobre la centrípeta, que tiende a impeler las moléculas hacia el centro. Entonces, a la vista del observador se habría presen-tado otro fenómeno. Las moléculas situadas en el plano del ecuador, escapándose como la piedra de una honda que se rompe súbitamente, habrían ido a formar alrede-dor del Sol varios anillos concéntricos semejantes a los de Saturno. Aquellos anillos de materia cósmica, dota-dos a su vez de un movimiento de rotación alrededor de la masa central, se habrían roto y descompuesto en ne-bulosidades secundarias, es decir, en planetas. Si el observador hubiese entonces concentrado en estos planetas toda su atención, les habría visto condu-cirse exactamente como el Sol y dar nacimiento a uno o más anillos cósmicos, origen de esos astros de orden in-ferior que se llaman satélites. Así pues, subiendo del átomo a la molécula, de la molécula a la acumulación, de la acumulación a la nebu-losa, de la nebulosa a la estrella principal, de la estrella principal al Sol, del Sol al planeta y del planeta al satélite, tenemos toda la serie de las transformaciones experi-mentadas por los cuerpos celestes desde los primeros días del mundo. El Sol parece perdido en las inmensidades del mun-do estelar, y, sin embargo, según las teorías que actual-mente privan en la ciencia, se había subordinado a la ne-bulosa de la Vía Láctea. Centro de un mundo, aunque tan pequeño parece en medio de las regiones etéreas, es, sin embargo, enorme, pues su volumen es un millón cuatroci entas mil veces mayor que el de la Tierra. A su alrededor gravitan ocho planetas, salidos de sus mismas entrañas en los