manera bastante brutal de entrar en relaciones, aunque sea con un satélite pero muy en boga
en las na-ciones civilizadas.
Acababan de dar las doce, y el entusiasmo no se apa-gaba. Seguía siendo igual en todas las
clases de la pobla-ción; el magistrado, el sabio, el hombre de negocios, el mercader, el
mozo de cuerda, las personas inteligentes y las gentes incultas se sentían heridas en la fibra
más delicada. Tratábase de una empresa nacional. La ciudad alta, la ciudad baja, los
muelles bañados por las aguas del Pa-tapsco, los buques anclados no podían contener la
multi-tud, ebria de alegría, y también de gin y de whisky. Todos hablaban, peroraban,
discutían, aprobaban, aplaudían, to mismo los ricos arrellanados muellemente en el sofá de
los bar rooms(1) delante de su jarra de sherry cobbler,(2) que el waterman(3) que se
emborrachaba con el quebrantape-chos(4) en las tenebrosas tabernas del Fells Point.
Sin embargo, a eso de las dos la conmoción se cal-mó. El presidente Barbicane pudo volver
a su casa es-tropeado, quebrantado, molido. Un hércules no hu-biera resistido un
entusiasmo semejante. La multitud abandonó poco a poco plazas y calles. Los cuatro trenes
de Ohio, de Susquehanna, de Filadelfia y de Washing-ton, que convergen en Baltimore,
arrojaron al público heterogéneo a los cuatro puntos cardinales de los Esta-dos Unidos, y la
ciudad adquirió una tranquilidad rela-tiva.
Se equivocaría el que creyese que durante aquella memorable noche quedó la agitación
circunscrita den-tro de Baltimore. Las grandes ciudades de la Union, Nueva York, Boston,
Albany, Washington, Richmond, Crescent City,(5) Charleston, Mobile, desde Texas a
Massachusetts, desde Michigan a Florida, participaron todas del delirio. Los treinta mil
socios correspondien-tes del Gun Club conocían la carta de su presidente y aguardaban
con igual impaciencia la famosa comunica-ción del 5 de octubre. Aquella misma noche, las
palabras del orador, a medida que salían de sus labios, corrí-an por los hilos telegráficos
que atraviesan en todos sentidos los Estados de la Unión, a una velocidad de 248.447 millas
por segundo. Podemos, pues, decir con una exactitud absoluta, que los Estados Unidos de
América; diez veces mayores que Francia, lanzaron en el mismo instante un solo hurra, y
que veinticinco mi-llones de corazones, henchidos de orgullo, palpitaron con un solo latido.
1. Locales semejantes a los cafés.
2. Mezcla de ron, zumo de naranja, azúcar, canela y nuez mosca-da. Esta bebida, de color
amarillo, se sorbe por medio de un tubito de vidrio.
3. Marinero.
4. Bebida muy fuerte, que suele tomar el vulgo.
5. Sobrenombre de Nueva Orleans.
Al día siguiente, mil quinientos periódicos diarios, semanales, bimensuales o mensuales, se
apoderaron de la cuestión, y la examinaron bajo sus diferentes aspectos físicos,