Test Drive | Page 12

un globo lleno de un gas extraído del ázoe, treinta y siete veces más ligero que el hidrógeno, alcanzó la Luna des-pués de un viaje aéreo de diecinueve días. Aquel viaje, to mismo que las precedentes tentativas, era simple-mente imaginario, y fue obra de un escritor popular de América, de un ingenio extraño y contemplativo, de Edgard Poe. ¡Viva Edgard Poe! exclamó la asamblea, electriza-da por las palabras de su presidente. Nada más digno repuso Barbicane de esas tenta-tivas que llamaré puramente literarias, de todo punto in-suficientes para establecer relaciones formales con el as-tro de la noche. Debo, sin embargo, añadir que algunos caracteres prácticos trataron de ponerse en comunica-ción con él, y así es que, años atrás, un geómetra alemán propuso enviar una comisión de sabios a los páramos de Siberia. A11í, en aquellas vastas llanuras, se debían trazar inmensas figuras geométricas, dibujadas por medio de reflectores luminosos, entre otras el cuadrado de la hi-potenusa, llamado vulgarmente en Francia el puente de los asnos. Todo ser inteligente decía el geómetra debe comprender el destino científico de esta figura. Los sele-nitas, si existen, responderán con una figura semejante, y una vez establecida la comunicación, fácil será crear un alfabeto que permita conversar con los habitantes de la Luna.» Así hablaba el geómetra alemán, pero no se ejecutó su proyecto, y hasta ahora no existe ningún lazo di-recto entre la Tierra y su satélite. Pero está reservado al genio práctico de los americanos ponerse en relación con el mundo sideral. El medio de llegar a tan importan-te resultado es sencillo, fácil, seguro, infalible, y él va a ser el objeto de mi proposición. Un gran murmullo, una tempestad de exclamacio-nes acogió estas palabras. No hubo entre los asistentes uno solo que no se sintiera dominado, arrastrado, arre-batado por las palabras del orador. ¡Atención! ¡Atención! ¡Silencio! gritaron por to-das partes. Calmada la agitación, Barbicane prosiguió con un a voz más grave su interrumpido discurso. Ya sabéis dijo cuántos progresos ha hecho la ba-lística de algunos años a esta parte y a qué grado de per-fección hubieran llegado las armas de fuego, si la guerra hubiese continuado. No ignoráis tampoco que, de una manera general, la fuerza de resistencia de los cañones y el poder expansivo de la pólvora son ilimitados. Pues bien, partiendo de este principio, me he preguntado a mí mismo si, por medio de un aparato suficiente, realizado con unas determinadas condiciones de resistencia, sería posible enviar una bala a la Luna. A estas palabras, un grito de asombro se escapó de mil pechos anhelantes, y hubo luego un momento de si-lencio, parecido a la profunda calma que precede a las grandes tormentas. Y en efecto, hubo tronada, pero una tronada de aplausos, de gritos, de clamores que hicieron retemblar el salón de sesiones. El presidente quería ha-blar y no podía. No consiguió hacerse oír hasta pasados diez minutos. Dejadme concluir repuso tranquilamente . He examinado la cuestión bajo todos sus aspectos, la he abordado resueltamente, y de mis cálculos indiscutibles resulta que todo