Quedaba aún la importante cuestión de los víveres, pues era preciso prepararse para el caso
en que se llegase a una comarca de la Luna absolutamente estéril. Barbi-cane se to arregó
de modo que reunió víveres para un año. Pero debemos advertir, para que nadie se haga
cru-ces ni ponga en cuarentena to que decimos, que los víve-res consistieron en conservas
de carnes y legumbres re-ducidas a su menor volumen posible bajo la acción de la prensa
hidráulica, y que contenían una gran cantidad de elementos nutritivos; verdad es que no
eran muy varia-dos, pero en una expedición era preciso no andarse con dengues y
zalamerías. Había también una reserva de aguardiente que se elevaba a unos 50 galones(1)
y agua nada más que para dos meses, pues, según las últimas observaciones de los
astrónomos nadie podía poner en duda la presencia de cierta cantidad de agua en la
super-ficie de la Luna. En cuanto a los víveres, insensatez hu-biera sido creer que
habitantes de la Tierra no habían de encontrar a11í arriba con qué alimentarse. Acerca del
particular, Michel Ardan no abrigaba la menor duda. Si la hubiese abrigado, no hubiera
pensado siquiera en em-prender el peligroso viaje.
1. Cerca de 200 litros.
Por otra parte dijo un día a sus amigos , no que-daremos completamente abandonados
de nuestros ca-maradas de la Tierra y ellos procurarán no olvidarnos.
¡Claro que no!
respondió J. T. Maston.
¿En qué se funda usted?
preguntó Nicholl.
Muy sencillamente respondió Ardan . ¿No que-dará siempre aquí el columbiad? ¡Pues
bien! Cuantas ve-ces la Luna se presente en condiciones favorables de ce-nit, ya que no de
perigeo, es decir, una vez al año a poca diferencia, ¿no se nos podrán enviar granadas
cargadas de víveres, que nosotros recibiremos en día fijo?
¡Hurra! ¡Hurra! exclamó J. T. Maston, como hombre a quien se ha ocurrido una idea .
¡Muy bien di-cho! ¡Perfectamente dicho! ¡No, en verdad, queridos amigos, no os
olvidaremos!
¡Cuento con ello! Así pues, ya to veis, tendremos regularmente noticias del globo, y, por
to que a nosotros toca, muy torpes hemos de ser para no hallar medio de ponernos en
comunicación con nuestros buenos amigos de la Tierra.
Había en estas palabras tal confianza, que Michel Ardan, con su resuelto continente y su
soberbio aplo-mo, hubiera arrastrado en pos de sí a todo el Gun Club. Lo que él decía
parecía sencillo, elemental, fácil, de un éxito asegurado, y hubiera sido necesario tener un
ape-go mezquino a este miserable globo terráqueo para no seguir a los tres viajeros en su
fantástica expedición lunar.