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debía ser de tanto poder que volviese visible en la super-ficie de la Luna todo objeto cuyo volumen excediese de 9 pies. Entre el anteojo y el telescopio hay una diferencia importante, que conviene recordar en este momento. El anteojo se compone de un tubo que en su extremo supe-rior lleva una lente convexa que se llama objetivo, y en el extremo inferior una segunda lente llamada ocular, a la cual se aplica el ojo del observador. Los rayos que pro-ceden del objeto luminoso atraviesan la primera de di-chas lentes y van a formar, por refracción, una imagen invertida en su foco.(1) Esa imagen se observa con el ocu-lar, que la aumenta exactamente como la aumentaría un microscopio. El tubo del anteojo está, pues, cerrado en un extremo por el objetivo y en el otro por el ocular. 1. Punto donde los rayos luminosos se reúnen después de haber sido refractados. El tubo del telescopio, al contrario, está abierto por su extremo superior. Los rayos que parten del objeto observado penetran en él libremente y chocan con un espejo metálico cóncavo, es decir, convergente. Estos rayos reflejados encuentran un espejo que los envía al ocular dispuesto de modo que aumenta la imagen pro-ducida. Así pues, en los anteojos, la refracción desempeña el papel principal, y en los telescopios la reflexión. De aquí el nombre de refractores dado a los primeros, y el de reflectores dado a los segundos. Toda la dificultad de ejecución de estos aparatos de óptica estriba en la cons-trucción de los objetivos, ya sean lentes ya sean espejos metálicos. Sin embargo, en la época en que el Gun Club inten-tó su colosal experimento, estos instrumentos se halla-ban muy perfeccionados y daban resultados magníficos. Estaba ya lejos aquel tiempo en que Galileo observó los astros con su pobre anteojo que no aumentaba las imá-genes más que siete veces su propio tamaño. Ya en el siglo xvi los aparatos de óptica se ensancharon y pro-longaron de una manera considerable, y permitieron pe-netrar en los espacios planetarios a una profundidad hasta entonces desconocida. Entre los instrumentos re-fractores que funcionaban en aquella época, se citan el anteojo del observatorio de Poltava, en Rusia, cuyo ob-jetivo era de 15 pulgadas (38 centímetros) de ancho, el anteojo del óptico francés Lerebours, provisto de un objetivo igual al precedente, y, en fin, el anteojo del ob-servatorio de Cambridge, dotado de un objetivo que tie-ne 19 pulgadas de diámetro (48 centímetros). Entre los telescopios se conocían dos de una poten-cia notable y de dimensión gigantesca. El primero, cons-truido por Herschel, era de una longitud de 36 pies y poseía un espejo que tenía 4 pies y medio de ancho, per-mitiendo obtener seis mil aumentos. El segundo se le-vantaba en Irlanda, en Bircastle, en el parque de Par-sonstown, y pertenecía a lord Rosse. La longitud de su tubo era de 48 pies, y de 6 pies (1,60 metros) su anchura, y agrandaba los objetos seis mil cuatrocientas veces, ha-biendo sido preciso levantar una inmensa construcción de cal y canto para disponer los aparatos que requería la maniobra del instrumento, el cual pesaba 28.000 libras.