Test Drive | Page 110

superior del proyectil, obraban como un resorte, no pudiendo el disco, por estar dotado de tapones sumamente poderosos, chocar con el fondo sino después de la sucesiva destrucción de los diversos tabiques. Aun así, los viajeros experimenta-rían una repercusión violenta después de la completa evasión de la masa líquida, pero el primer choque que-daría casi enteramente amortiguado por aquel resorte de tanta potencia. Verdad es que tres pies de agua sobre una superficie de 45 pies cuadrados, debían de pesar cerca de 11.500 li-bras; pero, en el concepto de Barbicane, la detención de los gases acumulados en el columbiad bastaría para ven-cer este aumento de peso, y, además, el choque debía echar fuera toda el agua en menos de un segundo, con to que el proyectil volvería a tomar casi al momento su peso normal. He aquí to que había ideado el presidente del Gun--Club y de qué manera pensaba haber resuelto la grave dificultad de la repercusión. Por to demás, aquel trabajo, perspicazmente comprendido por los ingenieros de la casa Breadwill, fue maravillosamente ejecutado. Una vez producido el efecto y echada fuera el agua, los viaje-ros podían desprenderse fácilmente de los tabiques ro-tos y desmontar el disco movible que los sostenía en el momento de la partida. En cuanto a las paredes superiores del proyectil, es-taban revestidas de un denso almohadillado de cuero y aplicadas a muelles de acero perfectamente templado que tenían la elasticidad de los resortes de un reloj. Los tubos de desahogo, hábilmente disimulados bajo el al-mohadillado, no permitían siquiera sospechar su exis-tencia. Así pues, estaban tomadas todas las precauciones imaginables para amortiguar el primer choque, y hubie-ra sido necesario, según decía Michel Ardan, para dejar-se aplastar, ser un hombre de alfeñique. El proyectil medía exteriormente 9 pies de ancho y 15 de largo. Para que no excediese del peso designado, se había disminuido algo el grueso de las paredes y refor-zado su parte inferior, que tenía que sufrir toda la vio-lencia de los gases desarrollados por la conflagración del piróxilo. Lo mismo se hace con las bombas y granadas cilindrocónicas, cuyas paredes se procura que sean siempre más gruesas en el fondo. Se penetraba en aquella torre de metal por una aber-tura estrecha practicada en las paredes del cono, y análo-ga a los agujeros para hombre de las calderas de vapor. Se cerraba herméticamente por medio de una chapa de aluminio que sujetaban por dentro poderosas tuercas de presión. Los viajeros podrían, pues, salir de s R