La ingeniosa bomba se cerraba por medio de una tapa con tornillos, y se introdujo en ella
un enorme gato, y después una ardilla perteneciente al secretario perpe-tuo del Gun Club,
J. T. Maston, a la cual éste profesaba un verdadero cariño. Pero se quería saber
prácticamente cómo soportaría el viaje un animalito tan poco sujeto a vértigos.
Se cargó el mortero con ciento sesenta libras de pól-vora, y, colocada en él la bomba, se dio
la voz de fuego.
El proyectil salió inmediatamente; con la rapidez propia de los proyectiles, describió
majestuosamente su parábola: subió a una altura aproximada de 1.000 pies, y, formando
una graciosa curva, cayó en el mar y se abis-mó en las olas.
Sin pérdida de tiempo se dirigió una embarcación al sitio de la caída, y hábiles buzos, que
se echaron al agua y chapuzaron como peces, ataron con cables el proyec-til, y éste fue
izado rápidamente a bordo. No habían transcurrido cinco minutos desde el momento en que
fueron encerrados los animales, cuando se levantó la tapa de su mazmorra.
Ardan, Barbicane, Maston y Nicholl se hallaban en la embarcación, y examinaron la
operación con un senti-miento de interés que fácilmente se comprende. Apenas se abrió la
bomba, salió el gato echando chispas, lleno de vida, aunque no de muy buen humor, si bien
nadie hu-biera dicho que acababa de regresar de una expedición aérea. Pero ¿y la ardilla?
¿Dónde estaba que no se veía de ella ni rastro? Fuerza fue reconocer la verdad. El gato se
había comido a su compañera de viaje.
La pérdida de su graciosa y desgraciada ardilla causó una verdadera pesadumbre a J. T.
Maston, el cual se pro-puso inscribir el nombre de tan digno animal en el mar-tirologio de
la•ciencia.
Después de un experimento tan decisivo y coronado de un éxito tan feliz, todas las
vacilaciones y zozobras desaparecieron. Para mayor abundamiento, los planes de Barbicane
debían perfeccionar aún más el proyectil y anular casi enteramente los efectos de la
repercusión.
No faltaba ya más que ponerse en camino.
Dos días dèspués, Michel Ardan recibió un mensaje del presidente de la Unión, siendo éste
un honor que ha-lagó mucho su amor propio.
Lo mismo que a su caballeroso compatriota, el mar-qués de Lafayette, el gobierno le
confirió el título de ciudadano de los Estados Unidos de América.
XXIII
El vagón proyectil
Concluido el monstruoso columbiad, el interés pú-blico fue inmediatamente atraído por el
proyectil, nuevo vehículo destinado a transportar, atravesando el espacio, a los tres