incendian, que rompen, que matan, no me habléis de ellas, y, sobre todo, no me digáis que
tienen ánima o alma, que es to mismo, porque yo no lo creo.
Debemos aquí hacer mención de una proposición relativa a J. T. Maston. Cuando el
secretario del Gun-Club oyó que Barbicane y Nicholl aceptaban la propo-sición de Michel,
le entraron ganas de unirse a ellos y formar parte de la expedición. Formalizó un día su
de-seo. Barbicane, sintiendo mucho no poder acceder a su demanda, le hizo comprender
que el proyectil no podía llevar tantos pasajeros. J. T. Maston, desesperado, acu-dió a
Michel Ardan, quien le aconsejó resignación y re-currió a diversos argumentos ad
hominem.
Oye, querido Maston le dijo , no des a mis pala-bras un alcance que no tienen; pero,
sea dicho entre no-sotros, la verdad es que eres demasiado incompleto para presentarte en
la Luna.
¡Incompleto!
exclamó el valeroso inválido.
¡Sí, mi valiente amigo! Da por sentado que encon-traremos bastantes habitantes a11á
arriba. ¿Querrás dar-les una triste idea de to que pasa aquí, enseñarles to que es la guerra,
demostrarles que los hombres invierten el tiempo más precioso en devorarse, en comerse,
en rom-perse brazos y piernas, en un globo que podría alimen-tar cien mil millones de
habitantes, y cuenta apenas mil doscientos millones? Vamos, amigo mío, no quieras que en
la Luna nos den con