Sí, to creo
replicó el presidente.
Y el amigo Nicholl está persuadido de que volverá a caer en la Tierra.
Estoy seguro
exclamó el capitán.
De acuerdo repuso Michel Ardan . No trato de poneros de acuerdo, pero os digo muy
buenamente: Partid conmigo y to veréis.
¡Qué idea!
murmuró J. T. Maston, asombrado.
Al oír aquella proposición tan imprevista, los dos ri-vales se miraron recíprocamente y
siguieron observán-dose con atención. Barbicane aguardaba la respuesta del capitán.
Nicholl espiaba las palabras del presidente.
¿Qué resolvéis?
repercusiones...!
¡Aceptado!
dijo Michel, con un acento que obligaba . ¡Ya que no hay que temer
exclamó Barbicane.
Pese a la rapidez con que pronunció la palabra, Ni-choll la acabó de pronunciar al mismo
tiempo.
¡Hurra! ¡Bravo! ¡Viva! ¡Hip, hip! exclamó Michel Ardan, tendiendo la mano a los dos
adversarios . Y ahora que el asunto está arreglado, permitidme, amigos míos, trataros a la
francesa. Vamos a almorzar.
XXII
El nuevo ciudadano de los Estados Unidos
Aquel mismo día, América entera supo, al mismo tiempo que el desafío del capitán Nicholl
y del presidente Barbicane, el singular desenlace que había tenido. El papel desempeñado
por el caballeroso europeo, su inesperada proposición con que zanjó las dificultades, la
simultánea aceptación de los dos rivales, la conquista del continente lunar, a la cual iban a
marchar de acuerdo Francia y los Es-tados Unidos, todo contribuía a aumentar más y más la
popularidad de Michel Ardan. Ya se sabe con qué frenesí los yanquis se apasionan de un
individuo. En un país en que graves magistrados tiran del coche de una bailarina para
llevarla en triunfo, júzguese cuál sería la pasión que se desencadenó en favor del francés,
audaz sobre todos los audaces. Si los ciudadanos no desengancharon sus caba-llos para
colocarse ellos en su lugar, fue probablemente porque él no tenía caballos, pero todas las
demás pruebas de entusiasmo le fueron prodigadas. No había uno solo que no estuviese
unido a él con el alma. Ex pluribus unum, según reza la divisa de los Estados Unidos.
Desde aquel día, Michel Ardan no tuvo un momen-to de reposo. Diputaciones procedentes
de todos los puntos de la Unión le felicitaron incesantemente, y de grado o por fuerza tuvo