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Al dar las ocho en el reloj fulminante del gran salón, Barbicane, como impelido por un resorte, se levantó de pronto. Reinó un silencio general, y el orador, con bas-tante énfasis, tomó la palabra en los siguientes términos: Denodados colegas: mucho tiempo ha transcurrido ya desde que una paz infecunda condenó a los miem-bros del Gun Club a una ociosidad lamentable. Des-pués de un período de algunos años, tan lleno de inci-dentes, tuvimos que abandonar nuestros trabajos y detenernos en la senda del progreso. Lo proclamo sin miedo y en voz alta: toda guerra que nos obligase a em-puñar de nuevo las armas sería acogida con un entusias-mo frenético. ¡Sí, la guerra! ¡Atención! exclamó el impetuoso J. T. Maston. gritaron por todos lados. Pero la guerra dijo Barbicane es imposible en las actuales circunstancias, y aunque otra cosa desee mi dis-tinguido colega, muchos años pasarán aún antes de que nuestros cañones vuelvan al campo de batalla. Es, pues, preciso tomar una resolución y buscar en otro orden de ideas una salida al afán de actividad que nos devora. La asamblea redobló su atención, comprendiendo que su presidente iba a abordar el punto delicado. Hace algunos meses, ilustres colegas prosiguió Barbicane , que me pregunté si, sin separarnos de nues-tra especialidad, podríamos acometer alguna gran em-presa digna del siglo XIX, y si los progresos de la balística nos permitirán salir airosos de nuestro empeño. He, pues, buscado, trabajado, calculado, y ha resultado de mis estudios la convicción de que el éxito coronará nuestros esfuerzos, encaminados a la realización de un plan que en cualquier otro país sería imposible. Este proyecto, prolijamente elaborado, va a ser el objeto de mi co municación. Es un proyecto, digno de vosotros, digno del pasado del Gun Club, y que producirá nece-sariamente mucho ruido en el mundo. ¿Mucho ruido? preguntó un artillero apasionado. Mucho ruido en la verdadera acepción de la palabra ¡No interrumpáis! respondió Barbicane. repitieron al unísono muchas voces. Os suplico, pues, dignos colegas atención. repuso el presi-dente , que me otorguéis toda vuestra Un estremecimiento circuló por la asamblea. Barbi-cane, sujetando con un movimiento rápido su sombrero en su cabeza, continuó su discurso con voz tranquila. No hay ninguno entre vosotros, beneméritos cole-gas, que no haya visto la Luna, o que, por to menos, no haya oído hablar de ella. No os asombréis si vengo aquí a hablaros del astro de la noche. Acaso nos esté reserva-da la gloria de ser los colonos de este mundo