Y, sacando la espada para poner en efecto el aviso y consejo de Sancho, llegó el escudero del de los
Espejos, ya sin las narices que tan feo le habían hecho, y a grandes voces dijo:
–Mire vuesa merced lo que hace, señor don Quijote, que ese que tiene a los pies es el bachiller
Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero.
Y, viéndole Sancho sin aquella fealdad primera, le dijo:
–¿Y las narices?
A lo que él respondió:
–Aquí las tengo, en la faldriquera.
Y, echando mano a la derecha, sacó unas narices de pasta y barniz, de máscara, de la manifatura que
quedan delineadas. Y, mirándole más y más Sancho, con voz admirativa y grande, dijo:
–¡Santa María, y valme! ¿Éste no es Tomé Cecial, mi vecino y mi compadre?
–Y ¡cómo si lo soy! –respondió el ya desnarigado escudero–: Tomé Cecial soy, compadre y amigo
Sancho Panza, y luego os diré los arcaduces, embustes y enredos por donde soy aquí venido; y en
tanto, pedid y suplicad al señor vuestro amo que no toque, maltrate, hiera ni mate al caballero de los
Espejos, que a sus
pies tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y mal aconsejado [d]el bachiller Sansón Carrasco,
nuestro compatrioto.
En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso la punta desnuda de su
espada encima del rostro, y le dijo:
–Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja en belleza a
vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis de prometer, si de esta contienda y caída
quedárades con vida, de ir a la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para
que haga de vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, asimismo habéis de
volver a buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía que os traiga donde yo estuviere,
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