-Pues a fe -dijo Sancho-, que he hablado yo, y puedo hablar delante de otro tan... Y aun quédese
aquí, que es peor meneallo.
El escudero del Bosque asió por el brazo a Sancho, diciéndole:
-Vámonos los dos donde podamos hablar escuderilmente todo cuanto quisiéremos, y dejemos a
estos señores amos nuestros que se den de las astas, contándose las historias de sus amores: que a
buen seguro que les ha de coger el día en ellas y no las han de haber acabado.
-Sea en buena hora -dijo Sancho-: y yo le diré a vuestra merced quién soy, para que vea si puedo
entrar en docena con los más hablantes escuderos.
Con esto se apartaron los dos escuderos, entre los cuales pasó un tan gracioso coloquio como fue
grave el que pasó entre sus señores.
CAPÍTULO 13: Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y
suave coloquio que pasó entre los dos escuderos
Divididos estaban caballeros y escuderos: éstos contándose sus vidas, y aquéllos sus amores; pero la
historia cuenta primero el razonamiento de los mozos y luego prosigue el de los amos; y así, dice
que, apartándose un poco dellos, el del Bosque dijo a Sancho:
–Trabajosa vida es la que pasamos y vivimos, señor mío, estos que somos escuderos de caballeros
andantes: en verdad que comemos el pan en el sudor de nuestros rostros, que es una de las
maldiciones que echó Dios a nuestros primeros padres.
–También se puede decir –añadió Sancho– que lo comemos en el yelo de nuestros cuerpos; porque,
¿quién más calor y más frío que los miserables escuderos de la andante caballería? Y aun menos mal
si comiéramos, pues los duelos, co[n] pan son menos; pero tal vez hay que se nos pasa un día y dos
sin desayunarnos, si no