yo buscando tres pies al gato por el gusto ajeno! Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso
como a Marica por Rávena, o al bachiller en Salamanca. ¡El diablo, el diablo me ha metido a mí en
esto; que otro no!
Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que sacó dél fue que volvió a decirse:
-Aparte bien, todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte, debajo de cuyo yugo hemos de pasar
todos, mal que nos pese, al acabar de la vida. Este mi amo por mil señales he visto que es un loco de
atar, y aun también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si
es verdadero el refrán que dice: «Dime con quién andas, decirte he quién eres», y el otro de «No con
quien naces, sino con quien paces». Siendo, pues, loco, como lo es. y de locura que las más veces
toma unas cosas por otras, y juzga lo blanco por negro y lo negro por blanco, como se pareció
cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las mulas de los religiosos dromedarios, y las
manadas de carneros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono, no será muy difícil
hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando
él no lo crea, juraré yo; y si él jurare, tornaré yo a jurar; y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera,
que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere. Quizá con esta porfía acabaré
con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías, viendo cuán mal recado le traigo dellas, o
quizás pensará, como yo ima gino, que algún mal encantador de éstos que él dice que le quieren mal
la habrá mudado la figura, por hacerle mal y daño.
Con esto que pensó Sancho Panza quedó sosegado su espíritu, y tuvo por bien acabado su negocio,
deteniéndose allí hasta la tarde, por dar lugar a que don Quijote pensase que le había tenido para ir
y volver del Toboso; y sucedióle todo tan bien, que cuando se levantó para subir en el rucio vio que
del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el autor
no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas, por ser ordinaria caballería de las
aldeanas; pero como no va mucho en esto, no hay para qué detenernos en averiguarlo. En
resolución, así como Sancho vio a las labradoras, a paso tirado volvió a buscar a su señor don
Quijote, y hallóle suspirando y diciendo mil amorosas lamentaciones. Como don Quijote le vio, le
dijo:
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