y en tanto que en la corte encantadora
se vistieren las damas de picote,
y en tanto que a sus dueñas mi señora
vistiere de bayeta y de anascote,
cantaré su belleza y su desgracia,
con mejor plectro que el cantor de Tracia.
Y aun no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida;
mas, con la lengua muerta y fría en la boca,
pienso mover la voz a ti debida.
Libre mi alma de su estrecha roca,
por el estigio lago conducida,
celebrándote irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.
–No más –dijo a esta sazón uno de los dos que parecían reyes–: no más, cantor divino; que sería
proceder en infinito representarnos ahora la muerte y las gracias de la sin par Altisidora, no muerta,
como el mundo ignorante piensa, sino viva en las lenguas de la Fama, y en la pena que para volverla
a la perdida luz ha de pasar Sancho Panza, que está presente; y así, ¡oh tú, Radamanto, que conmigo
juzgas en las cavernas lóbregas de Lite!, pues sabes todo aquello que en los inescrutables hados está
determinado acerca de volver en sí esta doncella, dilo y decláralo luego, porque no se nos dilate el
bien que con su nueva vuelta esperamos.
Apenas hubo dicho esto Minos, juez y compañero de Radamanto, cuando, levantándose en pie
Radamanto, dijo:
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