Iba don Quijote embelesado, sin poder atinar con cuantos discursos hacía qué serían aquellos
nombres llenos de vituperios que les ponían, de los cuales sacaba en limpio no esperar ningún bien
y temer mucho mal. Llegaron, en esto, un hora casi de la noche, a un castillo, que bien conoció don
Quijote que era el del duque, donde había poco que habían estado.
–¡Váleme Dios! –dijo, así como conoció la estancia– y ¿qué será esto? Sí que en esta casa todo es
cortesía y buen comedimiento, pero para los vencidos el bien se vuelve en mal y el mal en peor.
Entraron al patio principal del castillo, y viéronle aderezado y puesto de manera que les acrecentó la
admiración y les dobló el miedo, como se verá en e