–Señor –respondió Sancho–, no soy yo religioso para que desde la mitad de mi sueño me levante y
me dicipline, ni menos me parece que del estremo del dolor de los azotes se pueda pasar al de la
música. Vuesa merced me deje dormir y no me apriete en lo del azotarme; que me hará hacer
juramento de no tocarme jamás al pelo del sayo, no que al de mis carnes.
–¡Oh alma endurecida! ¡Oh escudero sin piedad! ¡Oh pan mal empleado y mercedes mal
consideradas las que te [he] hecho y pienso de hacerte! Por mí te has visto gobernador, y por mí te
vees con esperanzas propincuas de ser conde, o tener otro título equivalente, y no tardará el
cumplimiento de ellas más de cuanto tarde en pasar este año; que yo post tenebras spero lucem.
–No entiendo eso –replico Sancho–; sólo entiendo que, en tanto que duermo, ni tengo temor, ni
esperanza, ni trabajo ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los
humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta
el frío, frío que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran,
balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el
sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy
poca diferencia.
–Nunca te he oído hablar, Sancho –dijo don Quijote–, tan elegantemente como ahora, por donde
vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: "No con quien naces, sino
con quien paces".
–¡Ah, pesia tal –replicó Sancho–, señor nuestro amo! No soy yo ahora el que ensarta refranes, que
también a vuestra merced se le caen de la boca de dos en dos mejor que a mí, sino que debe de haber
entre los míos y los suyos esta diferencia: que los de vuestra merced vendrán a tiempo y los míos a
deshora; pero, en efecto, todos son refranes.
En esto estaban, cuando sintieron un sordo estruendo y un áspero ruido, que por todos aquellos
valles se estendía. Levantóse en pie don Quijote y puso mano a la espada, y Sancho se agazapó
debajo del rucio, poniéndose a los lados el lío de las armas, y la albarda de su jumento, tan
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