poeta; y que las tenga también maese Nicolás, no dudo en ello, porque todos, o los más, son
guitarristas y copleros. Yo me quejaré de ausencia; tú te alabarás de firme enamorado; el pastor
Carrascón, de desdeñado; y el cura Curiambro, de lo que él más puede servirse, y así, andará la cosa
que no haya más que desear.
A lo que respondió Sancho:
–Yo soy, señor, tan desgraciado que temo no ha de llegar el día en que en tal ejercicio me vea. ¡Oh,
qué polidas cuchares tengo de hacer cuando pastor me vea! ¡Qué de migas, qué de natas, qué de
guirnaldas y qué de zarandajas pastoriles, que, puesto que no me granjeen fama de discreto, no
dejarán de granjearme la de ingenioso! Sanchica mi hija nos llevará la comida al hato. Pero,
¡guarda!, que es de buen parecer, y hay pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese
por lana y volviese trasquilada; y también suelen andar los amores y los no buenos deseos por los
campos como por las ciudades, y por las pastorales chozas como por los reales palacios, y, quitada la
causa se quita el pecado; y ojos que no veen, corazón que no quiebra; y más vale salto de mata que
ruego de hombres buenos.
–No más refranes, Sancho –dijo don Quijote–, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar a
entender tu pensamiento; y muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródigo en refranes y
que te vayas a la mano en decirlos; pero paréceme que es predicar en desierto, y "castígame mi
madre, y yo trómpogelas".
–Paréceme –respondió Sancho– que vuesa merced es como lo que dicen: "Dijo la sartén a la
caldera: Quítate allá ojinegra". Estáme reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa
merced de dos en dos.
–Mira, Sancho –respondió don Quijote–: yo traigo los refranes a propósito, y vienen cuando los
digo como anillo en el dedo; pero tráeslos tan por los cabellos, que los arrastras, y no los gu