-Todo pudo ser -respondió Sancho-; pero a mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de
memoria.
-Con todo eso, vamos allá, Sancho -replicó don Quijote-: que como yo vea, eso se me da que sea por
bardas que por ventanas, o por resquicios, o verjas de jardines; que cualquier rayo que del sol de su
belleza llegue a mis ojos alumbrará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón, de modo, que quede
único y sin igual en la discreción y en la valentía.
-Pues en verdad, señor -respondió Sancho-, que cuando yo vi ese sol de la señora Dulcinea del
Toboso, que no estaba tan claro, que pudiese echar de sí rayos algunos; y debió de ser que como su
merced estaba ahechando aquel trigo que
dije, el mucho polvo que sacaba se le puso como nube ante el rostro y se le escureció.
-¡Que todavía das, Sancho -dijo don Quijote-, en decir, en pensar, en creer y en porfiar que mi
señora Dulcinea ahechaba trigo, siendo eso un menester y ejercicio que va desviado de todo lo que
hacen y deben hacer las personas principales que están constituidas y guardadas para otros
ejercicios y entretenimientos, que muestran a tiro de ballesta su principalidad...! Mal se te acuerdan
a ti, ¡oh Sancho!, aquellos versos de nuestro poeta donde nos pinta las labores que hacían allá en sus
moradas de cristal aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas, y se sentaron a
labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran
de oro, sirgo y perlas contextas y tejidas. Y desta manera debía de ser el de mi señora cuando tú la
viste; sino que la envidia que algún mal encantador debe de tener a mis cosas, todas las que me han
de dar gusto trueca y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen; y así, temo que en aquella historia
que dicen que anda impresa de mis hazañas, si por ventura ha sido su autor algún sabio mi enemigo,
habrá puesto unas cosas por otras, mezclando con una verdad mil mentiras, divertiéndose a contar
otras acciones fuera de lo que requiere la continuación de una verdadera historia. ¡Oh, envidia, raíz
de infinitos males, y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite
consigo; pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias.
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