Quijote y a Sancho, y que los letores de su agradable historia pueden hacer cuenta que desde este
punto comienzan las hazañas y donaires de don Quijote y de su escudero; persuádeles que se les
olviden las pasadas caballerías del Ingenioso Hidalgo, y pongan los ojos en las que están por venir,
que desde agora en el camino del Toboso comienzan, como las otras comenzaron en los campos de
Montiel, y no es mucho lo que pide para tanto como él promete; y así prosigue, diciendo:
Solos quedaron don Quijote y Sancho, y apenas se hubo apartado Sansón, cuando comenzó a
relinchar Rocinante y a sospirar el rucio, que de entrambos, caballero y escudero, fue tenido a buena
señal y por felicísimo agüero; aunque, si se ha de contar la verdad, más fueron los sospiros y
rebuznos del rucio que los relinchos del rocín, de donde coligió Sancho que su ventura había de
sobrepujar y ponerse encima de la de su señor, fundándose no se sí en astrología judiciaria que él se
sabia, puesto que la historia no lo declara; sólo le oyeron decir que cuando tropezaba o caía se
holgara no haber salido de casa, porque del tropezar o caer no se sacaba otra cosa sino el zapato
roto, o las costillas quebradas; y aunque tonto, no andaba en esto muy fuera de camino. Díjole don
Quijote:
-Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar, y con más escuridad de la que habíamos
menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, adonde tengo determinado de ir antes que en otra
aventura me ponga, y allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea; con la cual
licencia pienso y tengo por cierto de acabar y dar felice cima a toda peligrosa aventura, porque
ninguna cosa desta vida hace más va