acaso antes que él volviese nos desterraban. Hícelo así, y con mis tíos, como tengo dicho, y otros
parientes y allegados pasamos a Berbería; y el lugar donde hicimos asiento fue en Argel, como si le
hiciéramos en el mismo infierno. Tuvo noticia el rey de mi hermosura, y la fama se la dio de mis
riquezas, q[ue], en parte, fue ventura mía. Llamóme ante sí, preguntóme de qué parte de España era
y qué dineros y qué joyas traía. Díjele el lugar, y que las joyas y dineros quedaban en él enterrados,
pero que con facilidad se podrían cobrar si yo misma volviese por ellos. Todo esto le dije, temerosa
de que no le cegase mi hermosura, sino su codicia. Estando conmigo en estas pláticas, le llegaron a
decir cómo venía conmigo uno de los más gallardos y hermosos mancebos que se podía imaginar.
Luego entendí que lo decían por don Gaspar Gregorio, cuya belleza se deja atrás las mayores que
encarecer se pueden. Turbéme, considerando el peligro que don Gregorio corría, porque entre
aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer,
por bellísima que sea. Mandó luego el rey que se le trujesen allí delante para verle, y preguntóme si
era verdad lo que de aquel mozo le decían. Entonces yo, casi como prevenida del cielo, le dije que sí
era; pero que le hacía saber que no era varón, sino mujer como yo, y que le suplicaba me la dejase ir
a vestir en su natural traje, para que de todo en todo mostrase su belleza y con menos empacho
pareciese ante su presencia. Díjome que fuese en buena hora, y que otro día hablaríamos en el modo
que se podía tener para que yo volviese a España a sacar el escondido tesoro. Hablé con don Gaspar,
contéle el peligro que corría el mostrar ser hombre; vestíle de mora, y aquella mesma tarde le truje a
la presencia del rey,
el cual, en viéndole, quedó admirado y hizo disignio de guardarla para hacer presente della al Gran
Señor; y, por huir del peligro que en el serrallo de sus mujeres podía tener y temer de sí mismo, la
mandó poner en casa de unas principales moras que la guardasen y la sirviesen, adonde le llevaron
luego. Lo que los dos sentimos (que no puedo negar que no le quiero) se deje a la consideración de
los que se apartan si bien se quieren. Dio luego traza el rey de que yo volviese a España en este
bergantín y que me acompañasen dos turcos de nación, que fueron los que mataron vuestros
soldados. Vino también conmigo este renegado español –señalando al que había hablado primero–,
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