–Suspended –dijo el mozo–, ¡oh señores!, la ejecución de mi muerte, que no se perderá mucho en
que se dilate vuestra venganza en tanto que yo os cuente mi vida.
¿Quién fuera el de corazón tan duro que con estas razones no se ablandara, o, a lo menos, hasta oír
las que el triste y lastimado mancebo decir quería? El general le dijo que dijese lo que quisiese, pero
que no esperase alcanzar perdón de su conocida culpa. Con esta licencia, el mozo comenzó a decir
desta manera:
–«De aquella nación más desdichada que prudente, sobre quien ha llovido estos días un mar de
desgracias, nací yo, de moriscos padres engendrada. En la corriente de su desventura fui yo por dos
tíos míos llevada a Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana, como, en efecto, lo soy,
y no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y católicas. No me valió, con los que tenían a
cargo nuestro miserable destierro, decir esta verdad, ni mis tíos quisieron creerla; antes la tuvieron
por mentira y por invención para quedarme en la tierra donde había nacido, y así, por fuerza más
que por grado, me trujeron consigo. Tuve una madre cristiana y un padre discreto y cristiano, ni
más ni menos; mamé la fe católica en la leche; criéme con buenas costumbres; ni en la lengua ni en
ellas jamás, a mi parecer, di señales de ser morisca. Al par y al paso destas virtudes, que yo creo que
lo son, creció mi hermosura, si es que tengo alguna; y, aunque mi recato y mi encerramiento fue
mucho, no debió de ser tanto que no tuviese lugar de verme un mancebo caballero, llamado don
Gaspar Gregorio, hijo mayorazgo de un caballero que junto a nuestro lugar otro suyo tiene. Cómo
me vio, cómo nos hablamos, cómo se vio perdido por mí y cómo yo no muy ganada por él, sería
largo de contar, y más en tiempo que estoy temiendo que, entre la lengua y la garganta, se ha de
atravesar el riguroso cordel que me amenaza; y así, sólo diré cómo en nuestro destierro quiso
acompañarme don Gregorio. Mezclóse con los moriscos que de otros lugares salieron, porque sabía
muy bien la lengua, y en el viaje se hizo amigo de dos tíos míos que consigo me traían; porque mi
padre, prudente y prevenido, así como oyó el primer bando de nuestro destierro, se salió del lugar y
se fue a buscar alguno en los reinos estraños que nos acogiese. Dejó encerradas y enterradas, en una
parte de quien yo sola tengo noticia, muchas perlas y piedras de gran valor, con algunos dineros en
cruzados y doblones de oro. Mandóme que no tocase al tesoro que dejaba en ninguna manera, si
Portal Educativo EducaCYL
http://www.educa.jcyl.es