volaban. Las que salieron a la mar, a obra de dos millas descubrieron un bajel, que con la vista le
marcaron por de hasta catorce o quince bancos, y así era la verdad; el cual bajel, cuando descubrió
las galeras, se puso en caza, con intención y esperanza de escaparse por su ligereza; pero avínole
mal, porque la galera capitana era de los más ligeros bajeles que en la mar navegaban, y así le fue
entrando, que claramente los del bergantín conocieron que no podían escaparse; y así, el arráez
quisiera que dejaran los remos y se entregaran, por no irritar a enojo al capitán que nuestras galeras
regía. Pero la suerte, que de otra manera lo guiaba, ordenó que, ya que la capitana llegaba tan cerca
que podían los del bajel oír las voces que desde ella les decían que se rindiesen, dos toraquís, que es
como decir dos turcos borrachos, que en el bergantín venían con estos doce, dispararon dos
escopetas, con que dieron muerte a dos soldados que sobre nuestras arrumbadas venían. Viendo lo
cual, juró el general de no dejar con vida a todos cuantos en el bajel tomase, y, llegando a embestir
con toda furia, se le escapó por debajo de la palamenta. Pasó la galera adelante un buen trecho; los
del bajel se vieron perdidos, hicieron vela en tanto que la galera volvía, y de nuevo, a vela y a remo,
se pusieron en caza; pero no les aprovechó su diligencia tanto como les dañó su atrevimiento,
porque, alcanzándoles la capitana a poco más de media milla, les echó la palamenta encima y los
cogió vivos a todos.
Llegaron en esto las otras dos galeras, y todas cuatro con la presa volvieron a la playa, donde infinita
gente los estaba esperando, deseosos de ver lo que traían. Dio
fondo el general cerca de tierra, y conoció que estaba en la marina el virrey de la ciudad. Mandó
echar el esquife para traerle, y mandó amainar la entena para ahorcar luego luego al arráez y a los
demás turcos que en el bajel había cogido, que serían hasta treinta y seis personas, todos gallardos,
y los más, escopeteros turcos. Preguntó el general quién era el arráez del bergantín y fuele
respondido por uno de los cautivos, en lengua castellana, que después pareció ser renegado español:
–Este mancebo, señor, que aquí vees es nuestro arráez.
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