galera, diciendo: ‘‘¡Hu, hu, hu!’’ tres veces. Diole la mano el general, que con este nombre le
llamaremos, que era un principal caballero valenciano; abrazó a don Quijote, diciéndole:
–Este día señalaré yo con piedra blanca, por ser uno de los mejores que pienso llevar en mi vida,
habiendo visto al señor don Quijote de la Mancha: tiempo y señal que nos muestra que en él se
encierra y cifra todo el valor del andante caballería.
Con otras no menos corteses razones le respondió don Quijote, alegre sobremanera de verse tratar
tan a lo señor. Entraron todos en la popa, que estaba muy bien aderezada, y sentáronse por los
bandines, pasóse el cómitre en crujía, y dio señal con el pito que la chusma hiciese fuera ropa, que se
hizo en un instante. Sancho, que vio tanta gente en cueros, quedó pasmado, y más cuando vio hacer
tienda con tanta priesa, que a él le pareció que todos los diablos andaban allí trabajando; pero esto
todo fueron tortas y pan pintado para lo que ahora diré. Estaba Sancho sentado sobre el estanterol,
junto al espalder de la mano derecha, el cual ya avisado de lo que había de hacer, asió de Sancho, y,
levantándole en los brazos, toda la chusma puesta en pie y alerta, comenzando de la derecha banda,
le fue dando y volteando sobre los brazos de la chusma de banco en banco, con tanta priesa, que el
pobre Sancho perdió la vista de los ojos, y sin duda pensó que los mismos demonios le llevaban, y no
pararon con él hasta volverle por la siniestra banda y ponerle en la popa. Quedó el pobre molido, y
jadeando, y trasudando, sin poder imaginar qué fue lo que sucedido le había.
Don Quijote, que vio el vuelo sin alas de Sancho, preguntó al general si eran ceremonias aquéllas
que se usaban con los primeros que entraban en las galeras; porque si acaso lo fuese, él, que no tenía
intención de profesar en ellas, no quería hace[r] semejantes ejercicios, y que votaba a Dios que, si
alguno llegaba a asirle para voltearle, que le había de sacar el alma a puntillazos; y, diciendo esto, se
levantó en pie y empuñó la espada.
A este instante abatieron tienda, y con grandísimo ruido dejaron caer la entena de alto abajo. Pensó
Sancho que el cielo se desencajaba de sus quicios y venía a dar sobre su cabeza; y, agobiándola, lleno
de miedo, la puso entre las piernas. No las tuvo todas consigo don Quijote; que también se
estremeció y encogió de hombros y perdió la color del rostro. La chusma izó la entena con la misma
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