¡Aquí sí que fue el admirarse de nuevo, aquí sí que fue el erizarse los cabellos a todos de puro
espanto! Y, apartándose don Antonio de la cabeza, dijo:
–Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del que te me vendió, ¡cabeza sabia,
cabeza habladora, cabeza respondona y admirable cabeza! Llegue otro y pregúntele lo que quisiere.
Y, como las mujeres de ordinario son presurosas y amigas de saber, la primera que se llegó fue una
de las dos amigas de la mujer de don Antonio, y lo que le preguntó fue:
–Dime, cabeza, ¿qué haré yo para ser muy hermosa?
Y fuele respondido:
–Sé muy honesta.
–No te pregunto más –dijo la preguntanta.
Llegó luego la compañera, y dijo:
–Querría saber, cabeza, si mi marido me quiere bien, o no.
Y respondiéronle:
–Mira las obras que te hace, y echarlo has de ver.
Apartóse la casada diciendo:
–Esta respuesta no tenía necesidad de pregunta, porque, en efecto, las obras que se hacen declaran
la voluntad que tiene el que las hace.
Luego llegó uno de los dos amigos de don Antonio, y preguntóle:
–¿Quién soy yo?
Y fuele respondido:
–Tú lo sabes.
–No te pregunto eso –respondió el caballero–, sino que me digas si me conoces tú.
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