hombre hay que se atreverá a matar a un gigante antes que hacer una cabriola. Si hubiérades de
zapatear, yo supliera vuestra falta, que zapateo como un girifalte; pero en lo del danzar, no doy
puntada.
Con estas y otras razones dio que reír Sancho a los del sarao, y dio con su amo en la cama,
arropándole para que sudase la frialdad de su baile.
Otro día le pareció a don Antonio ser bien hacer la experiencia de la cabeza encantada, y con don
Quijote, Sancho y otros dos amigos, con las dos señoras que habían molido a don Quijote en el baile,
que aquella propia noche se habían quedado con la mujer de don Antonio, se encerró en la estancia
donde estaba la cabeza. Contóles la propiedad que tenía, encargóles el secreto y díjoles que aquél era
el primero día donde se había de probar la virtud de la tal cabeza encantada; y si no eran los dos
amigos de don Antonio, ninguna otra persona sabía el busilis del encanto, y aun si don Antonio no
se le hubiera descubierto primero a sus amigos, también ellos cayeran en la admiración en que los
demás cayeron, sin ser posible otra cosa: con tal traza y tal orden estaba fabricada.
El primero que se llegó al oído de la cabeza fue el mismo don Antonio, y díjole en voz sumisa, pero
no tanto que de todos no fuese entendida:
–Dime, cabeza, por la virtud que en ti se encierra: ¿qué V