–Así lo juro –respondió don Quijote–, y aun le echaré una losa encima, para más seguridad; porque
quiero que sepa vuestra merced, señor don Antonio –que ya sabía su nombre–, que está hablando
con quien, aunque tiene oídos para oír, no tiene lengua para hablar; así que, con seguridad puede
vuestra merced trasladar lo que tiene en su pecho en el mío y hacer cuenta que lo ha arrojado en los
abismos del silencio.
–En fee de esa promesa –respondió don Antonio–, quiero poner a vuestra merced en admiración
con lo que viere y oyere, y darme a mí algún alivio de la pena que me causa no tener con quien
comunicar mis secretos, que no son para fiarse de todos.
Suspenso estaba don Quijote, esperando en qué habían de parar tantas prevenciones. En esto,
tomándole la mano don Antonio, se la paseó por la cabeza de bronce y por toda la mesa, y por el pie
de jaspe sobre que se sostenía, y luego dijo:
–Esta cabeza, señor don Quijote, ha sido hecha y fabricada por uno de los mayores encantadores y
hechiceros que ha tenido el mundo, que creo era polaco de nac[i]ón y dicípulo del famoso Escotillo,
de quien tantas maravillas se cuentan; el cual estuvo aquí en mi casa, y por precio de mil escudos
que le di, labró esta cabeza, que tiene propiedad y virtud de responder a cuantas cosas al oído le
preguntaren. Guardó rumbos, pintó carácteres, observó astros, miró puntos, y, finalmente, la sacó
con la perfeción que veremos mañana, porque los viernes está muda, y hoy, que lo es, nos ha de
hacer esperar hasta mañana. En este tiempo podrá vuestra merced prevenirse de lo que querrá
preguntar, que por esperiencia sé que dice verdad en cuanto responde.
Admirado quedó don Quijote de la virtud y propiedad de la cabeza, y estuvo por no creer a don
Antonio; pero, por ver cuán poco tiempo había para hacer la experiencia, no quiso decirle otra cosa
sino que le agradecía el haberle descubierto tan gran secreto. Salieron del aposento, cerró la puerta
don Antonio con llave, y fuéronse a la sala, donde los demás caballeros estaban. En este tiempo les
había contado Sancho muchas de las aventuras y sucesos que a su amo habían acontecido.
Aquella tarde sacaron a pasear a don Quijote, no armado, sino de rúa, vestido un balandrán de paño
leonado, que pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mismo yelo. Ordenaron con sus criados que
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