–Vuesas mercedes, señores capitanes, por cortesía, sean servidos de pres-tarme sesenta escudos, y
la señora regenta ochenta, para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad, de lo
que canta yanta, y luego puédense ir su camino libre y desembarazadamente, con un salvoconduto
que yo les daré, para que, si toparen otras de algunas escuadras mías que tengo divididas por estos
contornos, no les hagan daño; que no es mi intención de agraviar a soldados ni a mujer alguna,
especialmente a las que son principales.
Infinitas y bien dichas fueron las razones con que los capitanes agradecieron a Roque su cortesía y
liberalidad, que, por tal la tuvieron, en dejarles su mismo dinero. La señora doña Guiomar de
Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque, pero él no lo
consintió en ninguna manera; antes le pidió perdón del agravio que le hacía, forzado de cumplir con
las obligaciones precisas de su mal oficio. Mandó la señora regenta a un criado suyo diese luego los
ochenta escudos que le habían repartido, y ya los capitanes habían desembolsado los sesenta. Iban
los peregrinos a dar toda su miseria, pero Roque les dijo que se estuviesen quedos, y volviéndose a
los suyos, les dijo:
–Destos escudos dos tocan a cada uno, y sobran veinte: los diez se den a estos peregrinos, y los otros
diez a este buen escudero, porque pueda decir bien de esta aventura.
Y, trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído, Roque les dio por escrito un
salvoconduto para los mayorales de sus escuadras, y, despidiéndose dellos, los dejó ir libres, y
admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un
Alejandro Magno que por ladrón conocido. Uno de los escuderos dijo en su lengua gascona y
catalana:
–Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si de aquí adelante quisiere mostrarse
liberal séalo con su hacienda y no con la nuestra.
No lo dijo tan paso el desventurado que dejase de oírlo Roque, el cual, echando mano a la espada, le
abrió la cabeza casi en dos partes, diciéndole:
–Desta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos.
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