–Nueva manera de vida le debe de parecer al señor don Quijote la nuestra, nuevas aventuras,
nuevos sucesos, y todos peligrosos; y no me maravillo que así le parezca, porque realmente le
confieso que no hay modo de vivir más inquieto ni más sobresaltado que el nuestro. A mí me han
puesto en él no sé qué deseos de venganza, que tienen fuerza de turbar los más sosegados corazones;
yo, de mi natural, soy compasivo y bien intencionado; pero, como tengo dicho, el querer vengarme
de un agravio que se me hizo, así da con todas mis buenas inclinaciones en tierra, que persevero en
este estado, a despecho y pesar de lo que entiendo; y, como un abismo llama a otro y un pecado a
otro pecado, hanse eslabonado las venganzas de manera que no sólo las mías, pero las ajenas tomo a
mi cargo; pero Dios es servido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones,
no pierdo la esperanza de salir dél a puerto seguro.
Admirado quedó don Quijote de oír hablar a Roque tan buenas y concertadas razones, porque él se
pensaba que, entre los de oficios semejantes de robar, matar y saltear no podía haber alguno que
tuviese buen discurso, y respondióle:
–Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo
las medicinas que el médico le ordena: vuestra merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o
Dios, por mejor decir, que es nuestro médico, le aplicará medicinas que le sanen, las cuales suelen
sanar poco a poco y no de repente y por milagro; y más, que los pecadores discretos están más cerca
de enmendarse que los simples; y, pues vuestra merced ha mostrado en sus razones su prudencia,
no hay sino tener buen ánimo y esperar mejoría de la enfermedad de su conciencia; y si vuestra
merced quiere ahorrar camino y ponerse con facilidad en el de su salvación, véngase conmigo, que
yo le enseñaré a ser caballero andante, donde se pasan tantos trabajos y desventuras que,
tomándolas por penitencia, en dos paletas le pondrán en el cielo.
Rióse Roque del consejo de don Quijote, a quien, mudando plática, contó el trágico suceso de
Claudia Jerónima, de que le pesó en estremo a Sancho, que no le había parecido mal la belleza,
desenvoltura y brío de la moza.
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