hago igual con él, habilitándole para poder combatir conmigo; y así, aunque ausente, le desafío y
repto, en razón de que hizo mal en defraudar a esta pobre, que fue doncella y ya por su culpa no lo
es, y que le ha de cumplir la palabra que le dio de ser su legítimo esposo, o morir en la demanda.
Y luego, descalzándose un guante, le arrojó en mitad de la sala, y el duque le alzó, diciendo que,
como ya había dicho, él acetaba el tal desafío en nombre de su vasallo, y señalaba el plazo de allí a
seis días; y el campo, en la plaza de aquel castillo; y las armas, las acostumbradas de los caballeros:
lanza y escudo, y arnés tranzado, con todas las demás piezas, sin engaño, superchería o superstición
alguna, examinadas y vistas por los jueces del campo.
–Pero, ante todas cosas, es menester que esta buena dueña y esta mala doncella pongan el derecho
de su justicia en manos del señor don Quijote; que de otra manera no se hará nada, ni llegará a
debida ejecución el tal desafío.
–Yo sí pongo –respondió la dueña.
–Y yo también –añadió la hija, toda llorosa y toda vergonzosa y de mal talante.
Tomado, pues, este apuntamiento, y habiendo imaginado el duque lo que había de hacer en el caso,
las enlutadas se fueron, y ordenó la duquesa que de allí adelante no las tratasen como a sus criadas,
sino como a señoras aventureras que venían a pedir justicia a su casa; y así, les dieron cuarto aparte
y las sirvieron como a forasteras, no sin espanto de las demás criadas, que no sabían en qué había de
parar la sandez y desenvoltura de doña Rodríguez y de su malandante hija.
Estando en esto, para acabar de regocijar la fiesta y dar buen fin a la comida, veis aquí donde entró
por la sala el paje que llevó las cartas y presentes a Teresa Panza, mujer del gobernador Sancho
Panza, de cuya llegada recibieron gran contento los duques, deseosos de saber lo que le había
sucedido en su viaje; y, preguntándoselo, respondió el paje que no lo podía decir tan en público ni
con breves palabras: que sus excelencias fuesen servidos de dejarlo para a solas, y que entretanto se
entretuviesen con aquellas cartas. Y, sacando dos cartas, las puso en manos de la duquesa. La una
decía en el sobreescrito: Carta para mi señora la duquesa tal, de no sé dónde, y la otra: A mi marido
Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, que Dios prospere más años que a mí. No se le
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