llegado a mi noticia que os queredes partir deste castillo, en busca de las buena[s] venturas que Dios
os depare; y así, querría que, antes que os escurriésedes por esos caminos, desafiásedes a este
rústico indómito, y le hiciésedes que se casase con mi hija, en cumplimiento de la palabra que le dio
de ser su esposo, antes y primero que yogase con ella; porque pensar que el duque mi señor me ha
de hacer justicia es pedir peras al olmo, por la ocasión que ya a vuesa merced en puridad tengo
declarada. Y con esto, Nuestro Señor dé a vuesa merced mucha salud, y a nosotras no nos
desampare.
A cuyas razones respondió don Quijote, con mucha gravedad y prosopopeya:
–Buena dueña, templad vuestras lágrimas, o, por mejor decir, enjugadlas y ahorrad de vuestros
suspiros, que yo tomo a mi cargo el remedio de vuestra hija, a la cual le hubiera estado mejor no
haber sido tan fácil en creer promesas de enamorados, las cuales, por la mayor parte, son ligeras de
prometer y muy pesadas de cumplir; y así, con licencia del duque mi señor, yo me partiré luego en
busca dese desalmado mancebo, y le hallaré, y le desafiaré, y le mataré cada y cuando que se
escusare de cumplir la prometida palabra; que el principal asumpto de mi profesión es perdonar a
los humildes y castigar a los soberbios; quiero decir: acorrer a los miserables y destruir a los
rigurosos.
–No es menester –respondió el duque– que vuesa merced se ponga en trabajo de buscar al rústico
de quien esta buena dueña se queja, ni es menester tampoco que vuesa merced me pida a mí licencia
para desafiarle; que yo le doy por desafiado, y tomo a mi cargo de hacerle saber este desafío, y que le
acete, y venga a responder por sí a este mi castillo, donde a entrambos daré campo seguro,
guardando todas las condiciones que en tales actos suelen y deben guardarse, guardando
igualmente su justicia a cada uno, como están obligados a guardarla todos aquellos príncipes que
dan campo franco a los que se combaten en los términos de sus señoríos.
–Pues con ese seguro y con buena licencia de vuestra grandeza –replicó don Quijote–, desde aquí
digo que por esta vez renuncio a mi hidalguía, y me allano y ajusto con la llaneza del dañador, y me
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